A menudo nos resulta difícil aceptar y manejar nuestras emociones, especialmente cuando son negativas y/o intensas.

Hace un tiempo, a propósito de esta aceptación emocional, un profesor nos puso un ejemplo muy claro, y muy vívido, sobre la realidad de cómo nos gestionamos en estos momentos. Imaginemos que esa emoción que sentimos es un bebé que llora, y que no parece que vaya a calmarse por sí mismo.

Tenemos, a partir de aquí, dos maneras de gestionar el llanto del bebé (la emoción): podemos, en primer lugar, aceptarlo tratando de ver qué le está pasando para estar así, interactuando como unos progenitores cariñosos y poniendo nuestra atención en descubrir las causas del problema y en solucionarlas. Y tenemos una segunda opción: el rechazo. Tirar la emoción, insultarla, colocarnos en posición de queja y tratar por todos los medios de ignorar que está ahí.

Probablemente, tratándose de un bebé real, muy pocas personas optarían por la segunda alternativa. Sin embargo, con nuestras emociones, es algo que hacemos constantemente. Esta comparación puede aportar una nueva perspectiva a la hora de gestionar cómo nos sentimos.