La frase que encabeza el artículo puede escucharse a menudo en consulta, refiriéndose por lo general a personas que, a pesar de tener un problema, no desean recibir terapia. Esta resistencia es normal en personas que no reconocen que les conviene mejorar, o que se han creado una imagen negativa de lo que supone ir al psicólogo; y por eso muchas veces quienes piden ayuda son sus familiares cercanos –y no ellos-.

En estos casos, tenemos dos opciones para intervenir. La primera, que no siempre es posible, es conseguir que el interesado acuda a recibir tratamiento psicológico. Por ello, muchos familiares nos piden ayuda para convencerles de que vengan, algo que no resulta fácil. Hablarles desde la perspectiva de “mejorar” más que desde la problemática, hablarles de cómo su problema nos afecta a nosotros, o pactar una única sesión de prueba para después decidir si continuará o no pueden ser algunas de las opciones para lograr un primer acercamiento.

No obstante, para las veces en las que esto no es posible, conviene recordar que la familia – y, en general, el entorno- es un sistema; y por tanto, podemos intervenir dando pautas a los demás afectados (padres, hermanos, hijos, amigos, pareja…) de manera que, cambiando su manera de comportarse con el paciente, puedan ir logrando una mejoría. Siempre es posible intervenir de esta manera, asesorando a los allegados -que son quienes reconocen que el problema les afecta, aunque sea de manera indirecta, y están dispuestos a trabajar y a venir- y ayudándoles a cambiar su manera de comportarse.

De manera paralela, conviene recordar que cuando el paciente es un niño, corresponde a los padres marcar los límites y decidir cuándo deben acudir; pues es muy natural que los pequeños se decanten por otras actividades y eviten la terapia; especialmente en un primer momento.

Centro Psicología Bilbao

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