Este artículo está escrito por la psicóloga Lucía Romero Twardzik.

Para introducirte en el tema de hoy voy a plasmarte una realidad que puede que te resulte bastante familiar, ya sea porque la estés sufriendo actualmente o porque sientes que desde que tienes recuerdo vienes padeciéndola.

¿Sientes culpa y frustración por tu falta de voluntad o de perseverancia a la hora de seguir una dieta? ¿Te recriminas duramente por picar entre horas o por comer mucha más cantidad de comida de la que necesitas?

Es probable que mantengas una lucha con la comida que se haya ido instalando poco a poco en tu vida, convirtiéndose en un hábito. A menudo sucede que el control de la comida ha ido llenando un espacio vital cada vez mayor mientras tu sensación de bienestar ha disminuido.

Como consecuencia puede que sientas agotamiento, ya que tu energía y tu vida están de alguna manera secuestradas por la eterna búsqueda de la delgadez o por tu lucha por controlar la alimentación y el peso.

Y realmente es muy duro que la alimentación nos domine y sentirnos totalmente incapaces de comer de manera saludable y consciente dos días seguidos.

Hoy me gustaría trasladarte un mensaje importante: Lo que te pasa no se debe a una falta de voluntad. Es posible que se deba, más bien, al hecho de que hayas entrado en un círculo vicioso o de recompensa con la comida (parecido a una adicción), donde nos domina un impulso por comer difícil de refrenar. Sentir culpa, vergüenza o miedo por engordar conduce a reforzar más estas conductas, pero muchas veces cuesta salir de este círculo vicioso.

Para entender mejor cómo se entra en esta dinámica de no poder controlar lo que se come ni cómo se come, hoy me centraré en uno de los factores más importantes que predispone a un posible desarrollo de un problema con la relación con la comida. Me refiero al Estilo de vida en nuestra sociedad.

1. Las prisas y el estrés

Vivimos en una sociedad de prisas y estrés en la que se nos incita a actuar de manera compulsiva y desconectada de nuestra vida, de nuestros cuerpos y de nuestras necesidades. El estrés, si lo experimentamos de manera continuada, nos lleva a un estado de activación, de supervivencia, que no nos permite saborear el momento ni llevar una vida plena y que tiene un efecto negativo sobre nuestra manera de comer. Comemos de forma automática, sin ser conscientes de ello.

Además, comer sin prestar atención a los sentidos o sin ser conscientes de nuestro estado emocional nos puede llevar a comer de manera más rápida, ingerir más cantidad de comida y qué ésta sea más calórica.

Ante esta situación te recomiendo que pares por un segundo y plantéate:

  • ¿Cómo te encuentras?
  • ¿Te gusta este alimento?
  • ¿Cómo es tu rutina alimentaria?
  • ¿Cómo te sientes cuando te ves en el espejo?

Son preguntas sencillas que te invitan a la reflexión, sin juicios, simplemente mostrando una actitud de apertura a las respuestas que puedan aparecer.

Actualmente, las líneas de entrenamiento en estrategias que ayudan a conectar con el presente y con nuestro cuerpo son un buen camino que puede complementar el recorrido hacia una mejor relación con la manera que tenemos de comer. Fomentar la introspección, es decir, la capacidad que tenemos de percibir nuestro interior y de observar nuestro cuerpo y nuestros pensamientos, puede ser una herramienta que nos sirva de gran ayuda.

En este sentido, una de las prácticas que nos orientan hacia la atención plena en referencia a nuestra relación con la alimentación se denomina Mindfull Eating. En el libro “Comer atentos”, de Jan Chozen, se señala que cuando la relación con la comida pierde su armonía, perdemos también el disfrute innato de comer. Una de las riquezas que podemos obtener de esta práctica será aprender a disfrutar de nuevo, no sólo de la ingesta, sino también de la preparación, de la elección de los alimentos y de la reconexión con los sentidos y los sabores…porque al contrario de lo que nos decían de niños, ahora sabemos que la comida ¡hay que mirarla, olerla, tocarla y disfrutarla!

2. La abundancia de comida y el orden de prioridades

En nuestra sociedad existe la abundancia y disponibilidad exagerada de comida. En esta línea, se valoran aspectos muy superficiales de la vida, como la imagen corporal o la silueta, la moda, etc. La persona puede ser, pensar y sentir, el cuerpo no, pero en nuestra cultura se prima principalmente el físico de la persona.

La delgadez se ha convertido en nuestra cultura en sinónimo de éxito a todos los niveles. Parece que si somos delgadas vamos a alcanzar la satisfacción personal y el reconocimiento de las otras personas y van a desaparecer nuestros problemas de timidez.

Para hacerse una idea de la magnitud del problema basta con nombrar que un 53% de la población española declara estar pendiente del peso, y no sólo eso, sino que además, cada vez empiezan antes a preocuparse por su cuerpo. Los problemas de la autoestima por la imagen corporal empiezan a los 5 años y afectan principalmente a las mujeres. Las niñas con sobrepeso suelen tener menos autoestima que las niñas sin sobrepeso, tanto en lo que se refiere a la imagen corporal, como a la habilidad física y cognitiva.

Y ante esta situación, ¿qué pueden hacer las familias para ayudar a mejorar la autoestima de nuestras hijas e hijos?

La manera más efectiva es preguntarnos cómo podemos ayudar a basar su confianza en lo que pueden hacer y no en lo que ven. Como modelos, los padres y madres tenemos gran poder de influencia, no solo a través de lo que decimos sino, principalmente, por lo que hacemos. Aquí voy a ofrecer algunos ejemplos:

1. Dar ejemplo aceptando nuestros cuerpos. Tenemos un gran impacto en la imagen corporal de nuestras hijas e hijos. Podemos optar por eliminar de nuestro lenguaje preguntas tipo: “¿este vestido no me hace muy gorda?”, frases que indiquen ansiedad u obsesión respecto a la comida o comentarios negativos respecto a nuestra apariencia física. También el hecho de hacernos más conscientes de cómo moralizamos respecto a la comida usando palabras como “bueno” y “malo”. Por ejemplo, si me he comido una palmera de chocolate a la tarde he sido mala y a la noche no ceno.

2. No elogiar el aspecto físico de las niñas y niños: hacer un esfuerzo por equilibrar nuestros cumplidos sobre el aspecto físico con palabras de aliento sobre quién es y qué hace.

3. Compartir y hablar con nuestras hijas e hijos sobre medios de comunicación: ver la televisión juntos y hablar sobre lo que ven, con la finalidad de que desarrollen un ojo crítico que les permita descodificar y filtrar los mensajes de los medios de comunicación.

4. Crear oportunidades para que expresen sus opiniones, deseos y necesidades. No enseñar a complacer siempre a todo el mundo. Decir, por ejemplo, “¿Y tú qué quieres? Al mismo tiempo, dejarle decidir y respetar sus decisiones.

Todo ello puede ayudar a sembrar las bases para una relación más sana con la comida.

 

Lucía Romero Twardzik

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