El pasado 22 de Febrero, tuve la oportunidad de dar una charla de Inteligencia emocional cuya experiencia fue muy gratificante, porque la respuesta de la gente a la convocatoria no pudo ser mejo. Había público de todas las edades y ocupaciones, padres y madres, profesionales de la psicología y psiquiatría, etc. Pero abundaban futuros docentes y personas dedicadas a la infancia. Esto significa mucho para el mundo de la educación porque denota un interés maravilloso por parte de las personas que son o van a ser referentes para los niños y niñas con los que tratan, educan y trabajan.

En el día a día asumimos como algo cotidiano el que los adultos, sin ninguna intención consciente, bloqueemos e ignoremos muchas veces las emociones en los niños. Frases del tipo, “no te has hecho daño”, “los niños no lloran”, “esa estrella que hay en el cielo es tu abuelo”, etc confunden a los niños entre lo que ellos sienten y lo que los adultos les dicen que tienen que sentir. Tenemos que generar un cambio de actitud en nosotros, adultos, para poder enseñarles a ellos a identificar sus propias emociones. Se las tenemos que nombrar, porque sólo lo que se nombra se puede dominar, les tenemos que hacer conocedores de que ellos están en su derecho de sentirlas, aunque tengan que saber que quizá su forma de comportarse no sea la correcta. A esto les tendremos que enseñar buscando soluciones, a poder ser, conjuntas.

Sólo si entendemos que detrás de cualquier comportamiento de un niño, hay emociones, vamos a a poder gestionar bien el que ellos, el día de mañana sean capaces de reparar comportamientos poco adecuados.

Todos esto es muy interesante, pero no haremos nada, si como adultos no nos ocupamos nosotros mismos de trabajar nuestra Inteligencia Emocional, si no somos capaces de controlar nuestras emociones y nuestros impulsos y simplemente nos sabemos una teoría que nos aprendemos en los cursos. Somos nosotros los que tenemos madurez en nuestros lóbulos prefrontales (LPF) para poder tener la posibilidad del control, ellos sólo aprenden lo que se les enseña, principalmente lo que ven, más que lo que se les dice. Si conocemos un poquito del cerebro, podremos saber que los frenos emocionales maduran muy tarde y los niños, a los que muchas veces les exigimos control, sólo van a ser capaces de tenerlo, si tienen buenos modelos de referencia.

Es urgente la necesidad de formación en Inteligencia Emocional a todos los niveles, en casa, en el colegio, a niños, padres y docentes. Sólo si se trabaja de esta manera podremos conseguir un mundo mejor, de relaciones mucho más cordiales y amables y de respeto tanto en el mundo infantil como en el adulto.

                                                                                               Virginia Rodrigo del Solar