Si vas a la consulta de la psicóloga te dejo jugar a la play”, decía el otro día una madre a su hijo de 10 años en la consulta…

Lo cierto es que es fácil juzgar las maternidades o paternidades ajenas. Sin embargo, según lo escuché, empaticé con esa madre. De algún modo, ella hace todo lo que puede y sabe para intentar convencer a su hijo de que acuda a terapia porque sabe que lo necesita. Esa madre representa a todas las madres del mundo, que lo hacemos lo mejor que podemos y sabemos, y SIEMPRE con la mejor intención.

Por ella y por personas que se encuentran como ella, me atrevo a compartir este artículo, en donde recojo algunas de las cosas que he aprendido en relación a los premios en mi práctica profesional y personal.

¿Qué aprenden los niños y niñas cuando se premia?

En primer lugar, una cosa es lo que quieres enseñar a tus hijos e hijas y otra lo que en realidad aprenden.

Es probable que, cuando un padre utiliza un premio, pretenda que su hija se motive, adquiera un hábito, asuma alguna responsabilidad, etc. Pero, ¿es esto lo que pasa normalmente con los premios? Veamos algunos de los posibles aprendizajes:

  1. Aprenden que lo importante es el resultado y no tanto el proceso.

Aunque no siempre, la gran mayoría de las veces se premian los resultados. Un ejemplo típico es regalar cosas materiales en función de las notas de fin de curso. Rara vez es premiado el proceso a pesar de que es, en realidad, lo que más valor debería tener.

Si nos centramos en los estudios, ¿qué nos parece que enseña más habilidades para la vida: esforzarse y sacar un 7 o sacar un 7 sin esfuerzo? El resultado es el mismo, pero en el camino se llega a conclusiones distintas. Mientras una persona entiende la importancia de intentarlo, de aprender de los errores, etc., la otra concluye que no hay que hacer mucho para obtener resultados (aunque más adelante probablemente la vida le muestre otra cosa).

  1. Aprenden que pueden hacer cosas a cambio de algo.

Premiar fomenta la motivación extrínseca, es decir, aquella que nos impulsa a hacer las cosas para obtener beneficios a cambio. Esto, en la crianza, tiene numerosos peligros, especialmente a largo plazo, ya que los niños y niñas educadas de esta manera pueden acabar acostumbrándose y que con el tiempo cada vez se necesiten refuerzos más grandes para motivarles.

Así mismo, también pueden aprender a utilizar el chantaje, de modo que solo quieran asumir responsabilidades si a cambio obtienen alguna recompensa.

  1. Aprenden a centrarse en lo material y no en lo emocional y social.

Cuando un niño ayuda a su hermana pequeña, probablemente surgen en él emociones de manera natural y espontánea. Esto es, no hace falta que las personas adultas intervengamos para que las consecuencias se den. Por ejemplo, un niño que ayuda puede sentirse orgulloso, contento, importante, aceptado, inspirado y un largo etcétera, y su padre o madre no tienen que hacer absolutamente nada para que se sienta así. Es una respuesta instintiva que surge cuando contribuimos al bienestar de otras personas.

Sin embargo, cuando premiamos ese comportamiento con un juguete, estamos acabando con esa motivación intrínseca; con ese subidón emocional. Estamos haciendo que las emociones que ese niño siente y que le agradan, se disipen y pierdan valor. En su lugar, ponemos el foco en el nuevo juguete, desviamos su atención hacia lo material. De este modo, provocamos que el niño deduzca: “lo volveré a hacer, para así obtener esto que quiero”, en lugar de por la satisfacción intrínseca de ayudar a otra persona.

  1. Aprenden a priorizar el criterio externo frente al propio.

En este sentido, a veces los premios no son materiales, sino que se transmiten en forma de alabanzas (o etiquetas). Por ejemplo, si una niña recoge la mesa 5 días seguidos, es habitual dar mensajes tipo “¡Qué buena niña eres!” o “¡Perfecto! Justo lo que esperaba”. Este tipo de alabanzas provoca que los niños y niñas no desarrollen su propio criterio, sino que prioricen el criterio externo (en este caso, el de la persona adulta de referencia). ¿Os imagináis qué peligroso esto en la adolescencia; si hacemos las cosas en función de lo que opinen los demás?

 

¿Significa esto que no tenemos que premiar ni alabar nunca? No se trata de ser radicales. Por supuesto que, en un momento dado, puedes decirle a tu hijo: “¡Me encanta esto que has hecho!” o incluso comprarle algún regalo. Sin embargo, una cosa es utilizar en momentos muy puntuales este tipo de recursos, y otra, basar tu estilo de crianza en ellos.

Y entonces, ¿cómo se puede educar sin premios?

Algunas formas de intervenir y fomentar la motivación intrínseca son las siguientes:

  1. Haz preguntas de curiosidad.

“¿Cómo has conseguido aprobar el examen?”, “¿Qué truco tienes para acordarte de poner la mesa?”, “¿Cómo te has dado cuenta de que tu hermana necesitaba ayuda?”, etc. Las preguntas de curiosidad empoderan. Resaltan las características y habilidades en las que queremos incidir y se consigue sin elogiar.

Son una manera de transmitir a nuestros hijos e hijas: “Me he dado cuenta de que te has acordado de poner la mesa, me he dado cuenta de que has ayudado a tu hermana; me interesa conocer el proceso y cómo lo has conseguido.”

  1. Alienta en lugar de alabar.

Describe lo que ves, agradece y muestra interés por cómo se siente. En lugar de decir “¡perfecto!, justo lo que esperaba”, puedes cambiarlo por “¿cómo te sientes al respecto?” o un simple “gracias por poner la mesa”. Cuando alentamos estamos fomentando el criterio propio y reconociendo el valor de lo que se hace.

  1. Presta atención a las consecuencias naturales.

Cuando tu hijo haga algo que le haga sentir bien, verbalízalo diciendo: “¿Te sientes orgulloso?”

Si, por el contrario, no se esfuerza a la hora de preparar un examen, en lugar de ofrecer premios para que lo haga, observa cuáles son las consecuencias naturales y ofrece ayuda: “Puede que estés decepcionado porque has suspendido, yo en tu lugar también lo estaría. Quiero que sepas que estoy aquí si me necesitas.”

  1. Toma decisiones y ofrece opciones limitadas.

“Últimamente te noto triste y estoy preocupada. Me gustaría que acudamos juntos a terapia porque creo que necesitamos ayuda. El lunes tenemos cita, ¿pensamos juntos qué queremos solucionar o prefieres que lo piense yo? ¡Tú decides!”

¡Mucho aliento a esas familias que están en el proceso de cambio :)!