¿Te consideras una persona generosa? Es probable que respondas que sí, seguramente pensando en las veces que haces algo por los demás, les das algo material o les prestas ayuda. Sin embargo, en Coaching tenemos una distinción acerca de la generosidad, y es que tiene dos partes:

Por un lado, la generosidad para DAR, que es el sentido que normalmente nos viene a la cabeza cuando pensamos en este concepto: compartir lo que poseemos con los demás, aportar algo a los otros.

Y por otro, la generosidad para RECIBIR; es decir, ser generoso/a para aceptar cuando es otra persona la que quiere aportarnos algo. Ser generoso para recibir puede ser mucho más difícil: implica ponernos en una postura de vulnerabilidad, de dejar que los demás sean los que nos ayuden, nos aporten, o nos den lo que tienen.

¿Qué ocurre cuando no somos generosos para recibir? Podemos hacer que las personas que intentan aportarnos algo se sientan mal, insignificantes y poco valiosos cuando rechazamos sus aportaciones o su ayuda –les coartamos cuando están siendo generosos-. La persona que sólo da, pero que se niega a recibir crea una relación desigual, unilateral y sin reciprocidad. Por eso, cuando no dejamos que nos den, nos comportamos de manera egoísta.

Los niños son los que mejor reciben, porque es para lo que les preparamos desde pequeños (regalos de viajes, Olentzero, Navidad…). Sin embargo, es tan importante permitirles –y acostumbrarles a- dar como a recibir, pues de esta manera podrán relacionarse mejor, de manera más recíproca y desarrollando la empatía. Tanto adultos como niños tenemos mucho que aprender para ser generosos en las dos direcciones.