Este artículo está escrito por la psicóloga Lucía Romero Twardzik.

Nuestro estilo de vida actual en las sociedades modernas tiene muchos ingredientes que pueden favorecer el desarrollo de algún tipo de alteración en nuestra relación con la alimentación y con nuestro cuerpo. Si bien existen momentos como en la adolescencia donde los jóvenes son más vulnerables a sufrir una relación alterada con la comida, la realidad en las consultas de psiconutrición es que personas de todas las edades acuden hartas y agotadas de luchar por años con los kilos y las calorías, frustradas, culpables y en muchas ocasiones percibiéndose totalmente desmotivadas o incapaces de iniciar ningún cambio en sus hábitos.

Creemos importante que las personas que estén viviendo una relación complicada con la comida o con su cuerpo puedan llegar a comprender que no son ellas las que están mal, o que les falta la voluntad, en definitiva que puedan empezar a desculpabilizarse al entender que lo que les pasa es consecuencia de una serie de factores sociales y culturales que se potencian mutuamente.

El estilo de vida actual acelerado y desconectado de nosotros mismos y nuestro cuerpo, un prototipo de cuerpo delgado y con medidas específicas y que nos dicta la sociedad como sinónimo de éxito, el bombardeo mediático de la industria de moda, la accesibilidad y cantidad exagerada de comida a la que estamos expuestos, una normalización del dietismo crónico, etc. Todos estos factores actúan favoreciendo el hecho de que muchas personas encuentren que sus cuerpos no encajan dentro de los cánones imperativos, considerándolos por ende como incorrectos, provocando el inicio de dietas, a que se use la comida como manera de calmar estados emocionales desagradables, a que se coma en exceso guiados por estímulos externos.

Hoy vamos a dar un paso más para descubrir que existen tres patrones alimentarios básicos en el ser humano. Un patrón de comer emocional, un patrón de restricción y un patrón guiado por estímulos externos. En este artículo explicaré el primero: comer emocional.

Es probable que entender estos patrones alimentarios e identificarlos en tu día a día pueda ayudarte a sentir menos culpable y a comprender con mayor claridad los círculos de control-descontrol con la comida en los que estás atrapada, tu lucha con las calorías y la comida, tu relación amor odio con ella y, probablemente también, pueda significar dar tu primer paso en dirección hacia una relación sana con la comida. No obstante, tanto si llevas tiempo haciendo dietas y no te funcionan o tienes atracones o comes de forma emocional y esto se está convirtiendo en un problema, te recomendamos que busques ayuda profesional ya que es probable que detrás de todo esto haya una baja autoestima, una mala imagen corporal y una mala relación con una misma y te estés tratando desde el juicio, la crítica y el control.

Seguramente el patrón alimentario más universal en el ser humano es el del comer emocional. Su existencia se remonta no sólo al momento en el que nacemos, sino que nos acompaña desde el principio de los tiempos del ser humano.

Todo el comer es emocional.

Desde que llegamos a este mundo tenemos las necesidades básicas de ser alimentados y amados. Comida y amor van unidas en el momento que nuestra madre o persona que nos cuida nos pone al pecho o nos da el biberón. Comer se convierte un acto que proporciona alivio, calma, seguridad, bienestar y placer. Un momento donde nos nutrimos física y emocionalmente. Tenemos que pensar que el comer como seres humanos, como especie, es emocional. ¿Qué quiere decir esto? Que el comer no es una experiencia neutra, sino que es una experiencia placentera porque ese placer es el que nos ha llevado a sobrevivir. Gracias a experimentar placer al comer, nuestra especie pudo sobrevivir ya que el placer es el mecanismo que la naturaleza diseñó para impulsarnos a buscar comida en ese contexto primitivo en donde había escasez alimentaria y cuando encontrábamos una fuente de nutrición comíamos cuanto más mejor.

Entonces ¿cómo puede el patrón de comer emocional llegar a ser un problema?

El comer emocional es un problema cuando utilizamos este patrón, esta experiencia que forma parte de la conducta humana desde el principio de nuestra historia evolutiva, para gestionar otro tipo de experiencias de la vida diaria. Nos referimos a estados emocionales desagradables, rabia, culpa, soledad, aburrimiento u otras experiencias internas como las voces internas críticas y exigentes. Como manera de gestionar estas experiencias es relativamente fácil usar la comida como “recurso” para calmarnos, aliviarnos o tener un momento de paz. Vemos que una conducta perfectamente común en el ser humano puede pasar a ocupar un gran espacio en nuestra vida. Además puede resultar conflictiva ya que nuestro cuerpo está recibiendo una cantidad de nutrientes que no necesita porque la comida nutre nuestro cuerpo no nuestros estados internos.

Cuando comemos de manera emocional estamos tratando de satisfacer con comida necesidades que requieren otras cosas como aprender a calmarnos, consolarnos, a escucharnos, a ser menos críticos y exigentes.

Es fácil que este patrón de comer emocional ya se haya gestado desde que somos muy pequeños, promovido por nuestros padres y madres. Una costumbre bastante extendida es la de premiar a los niños con caramelos o helados cuando se portan bien o castigarles sin comida cuando se portan mal. Otra es tratar de calmar a los niños pequeños con comida cuando lloran o están disgustados. Por lo tanto este vínculo de comida con calma o recompensa-castigo ya puede estar desde muy pequeñitos. Y de mayores seguimos buscando alivio y consuelo en momentos que sentimos ansiedad, aburrimiento o vacío comiendo, por lo general dulces o comidas muy calóricas con grasas que nos dan gran sensación de lleno y además nos proporcionan placer.

Resumiendo, podemos decir, que la alimentación emocional es algo habitual, que forma parte de la cultura de los seres humanos y no tiene por qué resultar negativa para las personas. El problema reside cuando la comida cobra una función principal en la gestión de las emociones, cuando la usamos para autorregularnos. A modo de ejemplo, tomar un pedazo de pastel en un cumpleaños para celebrar, para compartir o para experimentar placer (a pesar de que no se sienta un hambre real fisiológica) puede resultar positivo para nuestro bienestar. Pero si siempre se canalizan los estados emocionales difíciles de gestionar a través de la comida, la conducta compulsiva por comer puede convertirse en un hábito y conllevar complicaciones en la salud física y mental, en el desequilibrio del sobrepeso o de los trastornos alimentarios. El hambre emocional se convierte en un problema, llevando a las personas que la experimentan a sentir verdadera ansiedad por comer.

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Lucía Romero Twardzik