Cuando hablamos de problemas de conducta, nos referimos a conductas socialmente inaceptables que pueden producir un deterioro cognitivo, emocional y/o social. Habitualmente, cuando niños/as y jóvenes presentan estos problemas en casa, se manifiestan también en la escuela, y viceversa.

El trabajo de los maestros/as es esencial, ya que en el centro escolar es donde los chicos pasan la mayor parte de su tiempo y muchos años de su vida. Por otro lado, la labor de las familias es determinante, ya que padres y madres son los modelos educativos esenciales.  Por lo tanto, es impensable detectar y tener éxito a la hora de abordar problemas de conducta, sin un trabajo coordinado entre las dos partes: centro escolar y familia. Sin la ayuda y relación incondicional de ambos, el camino hacia el desastre está garantizado.

Por desgracia, los problemas de conducta (agresiones, impulsividad, provocaciones al equipo educativo, desmotivación, hiperactividad, dificultades de adaptación, etc.) se han incrementado en los últimos años, y nos encontramos en un momento social complicado en el que estamos a falta de apoyos, trabajo en equipo y actitud para la resolución conjunta de problemas.

Hoy en día, tanto padres como profesores se pueden sentir tremendamente aislados y con una profunda carga emocional que complica la ardua tarea del abordaje de las relaciones interpersonales, a la base de muchos de los conflictos actuales. Los profesores se enfrentan a sus aulas saturadas de problemas y les sometemos a gran presión esperando de ellos que sepan arreglárselas solos para resolverlos.  Se espera de ellos que construyan comunidades de aprendizaje y que aseguren una buena convivencia en las escuelas mitigando problemas que se derivan directamente de la sociedad actual. Por otro lado, teniendo en cuenta el incremento de divorcios, familias monoparentales y el cada vez mayor debilitamiento de los lazos familiares, muchos padres, en la actualidad también se encuentran aislados y con escasos o nulos apoyos para afrontar las situaciones comportamentales críticas que tienen en sus casas.

Es por esto y mucho más, por lo que ambas instituciones se necesitan y son indispensables en el buen hacer educativo de tantos chicos y chicas que presentan dificultades conductuales. Sin embargo y paradójicamente, no en pocas ocasiones, se producen divergencias y acusaciones mutuas de incapacidad, falta de control y de responsabilidad. Mientras tanto, los alumnos/as con problemas, lo único que pueden hacer es empeorar. Ambas partes desean que los problemas se solucionen sin darse cuenta de que esto no es posible, mientras la comunicación entre ellos siga gravemente dañada.

El profesorado necesita apoyo y las familias también, a ambos les conviene este vínculo en favor de la seguridad y evolución de los niños y niñas en general, y de los más vulnerables en particular. Sin esta alianza, no podríamos identificar y atajar los problemas de conducta en la infancia, que eventualmente derivan en otras patologías en la adolescencia o en la edad adulta.

A partir de este vínculo, no nos podemos olvidar de lo más importante: el chico o chica que está teniendo problemas. Muchas veces se actúa, incluso delante de ellos, como si no estuvieran, siendo ellos los protagonistas y los máximos expertos en saber lo que les pasa y en cómo buscar soluciones. Solo contando con ellos, centrándonos en sus fortalezas e intereses, respetándoles y promoviendo la colaboración activa entre profesorado y familia, seremos capaces de prever, ver y resolver los problemas que atañen a las aulas y a los hogares de nuestro tiempo. No es tan importante dónde empiezan los problemas, si se inician en casa o en la escuela, sino cómo resolverlos y con qué agentes contar para poder darles salida. Lo cierto, es que es habitualmente estos problemas se detectan en la escuela, donde hay referentes, donde los profesores sienten que hay jóvenes o niños/as con comportamientos desafiantes hacia sus iguales o hacia las figuras de autoridad.

Es suficientemente conocida la dificultad que entraña para el profesorado identificar de manera prematura los indicadores que apuntan hacia los trastornos de conducta. He aquí algunas conductas clave que les deben alertar y dar “pautas” para posteriormente valorar en el equipo.

Conductas clave

  • Enfrentamiento con las figuras de autoridad y con los iguales
  • Incumplimiento de normas establecidas
  • Respuestas desafiantes
  • Molestias continuas a los compañeros
  • Deterioro de los resultados académicos
  • Deterioro de las relaciones sociales
  • Estado de ánimo ansioso
  • Baja autoestima
  • Desobediencia
  • Baja tolerancia a la frustración
  • Conducta dominante
  • Dificultad en la gestión de la ira
  • Falta de impulsividad
  • Consumo de sustancias
  • Mentiras frecuentes para eludir responsabilidades o para obtener favores
  • Acusar a otros de ser responsables de sus propias faltas o de su mala conducta
  • Ser excesivamente susceptible y desconfiado. Pensar con frecuencia que los compañeros actúan para hacerle daño.
  • Faltar a clase con frecuencia

A partir de la detección del problema, hay que empezar a aunar esfuerzos por parte de todos los agentes que rodean al joven e incluir al mismo de forma activa en el proceso de cambio.

Durante muchos años se han tratado los problemas de conducta, desde las iniciativas tomadas por los adultos, y los despachos de los directores/as han sido los espacios donde recurrentemente acababan los “casos complicados” para que se les aplicara la “consecuencia” correspondiente a la falta cometida. Con el tiempo se ha demostrado que cuando las personas implicadas no están motivadas para el cambio, estas estrategias no funcionan, y lejos de funcionar, las conductas que queremos extinguir, se fomentan con el paso del tiempo.

La propuesta que hacemos para trabajar problemas de conducta, pasa por la idea básica de que nadie cambiará un solo ápice si no está motivada para ello, y creemos que solo es posible…

Propuesta de actuación

  • Si hay un diálogo fluido, claro y mantenido a lo largo del tiempo entre familia, profesorado, profesionales implicados y alumno/a.
  • Si se aclara el papel que cada profesional tiene que tener en el proceso.
  • Si hay respeto entre las partes, independientemente del comportamiento que se quiera trabajar y de cómo se comporte el joven. El respeto debe ser incondicional.
  • Si se crea un proyecto de trabajo común entre todos, donde el alumno forme parte activa, opine y tenga la posibilidad de aportar ideas.
  • Si los objetivos no vienen de “arriba”, sino que son consensuados y validados por las personas interesadas. Sabemos que tenemos más posibilidades de conseguir colaboración, si la persona interesada ha propuesto objetivos para el cambio.
  • Si los profesionales y/o figuras de autoridad no se adelantan a proponer, sino que hacen preguntas y dan espacio a los alumnos/as con problemas. Preguntas del tipo: “¿En qué te gustaría que te ayudara?” “Cuando te sientes desmoralizada, en qué crees que te podría ayudar tu compañera?” “¿Qué persona sientes que pueden estar más cerca de ti cuando estás desalentado”.
  • Si buscamos alianzas con el/la joven. Sabemos que no hay corrección si previamente no hay conexión.
  • Si partimos de las fortalezas. Hemos observado los comportamientos que nos saturan, que no nos gustan, que queremos cambiar, que son disonantes en la clase, en casa, etc. Sin embargo, necesitamos confiar en que cualquier persona, independientemente de su comportamiento desafiante, tiene fortalezas; y solo desde éstas, vamos a ser capaces de generar cambio. Solo conseguiremos colaboración y sacar lo mejor de cada uno, partiendo de sus “puntos fuertes”.
  • Si agradecemos y damos aliento estando atentos a los esfuerzos y pequeños avances que se van produciendo.
  • Si no tenemos prisa y queremos nada más resultados a corto plazo. Las prisas no suelen ser buenas consejeras a la hora de trabajar con problemas de conducta.

Ni el camino no es fácil, ni el cambio es inmediato, pero estamos seguras de que nadie se porta mal porque quiere; detrás de un “mal comportamiento”, siempre hay una persona desalentada que, para poder empezar a generar cambios, necesita motivación, aliento y comprensión. Si les damos voz, si ponemos límites claros con respeto, y si aceptamos que son capaces de contribuir al cambio, conseguiremos conexión, vínculo y cambio.