(Aviso: esta entrada contiene Spoilers).

Este fin de semana se ha estrenado la última película de Steven Spielberg “Ready Player One”, basada en el libro del mismo título de Ernest Cline. Independientemente de las aclamaciones o críticas que pueda recibir, en Centro Psicología Bilbao nos gustaría ahondar en los aspectos de la obra que, a nivel psicológico, nos han llamado la atención.

En Ready Player One, partimos de un mundo en el que el juego ha ido sustituyendo poco a poco la realidad; hasta el extremo en el que la totalidad de las personas prefieren su vida online a la verdadera. Nos encontramos con familias enteras que juegan, con personas que viven en entornos marginales y que, lejos de intentar mejorarlos deciden “olvidarlo” y buscar la alternativa fácil en internet; con hombres y mujeres que se toman los juegos tan en serio que pueden llegar a suicidarse, o incluso a matar a otros, si fracasan en ellos (o si, simplemente, alguien va por delante).

Evidentemente se trata de una distopía, pero si lo pensamos detenidamente, hay muchas personas de nuestro entorno que “huyen” del mundo para refugiarse en internet, en los juegos online, en los chats, o en quienes conocen a través de la red. Que, al igual que los protagonistas, pueden pasarse la mayor parte de su tiempo conectados al ordenador. Que deciden al igual que en la mencionada película, arriesgarse a dar sus datos personales ante desconocidos –con las consecuencias que esto puede acarrear-. Que llegan a sufrir, o a enfadarse hasta el extremo en función de cómo les haya ido jugando –ya sea un videojuego o un juego online-. Que, teniendo otras necesidades más acuciantes, llegan a gastar auténticas fortunas en comprar material para sus juegos.

En la película vemos también la diferencia entre las relaciones online y las que se dan en el mundo real: las dobles identidades, las expectativas que se cumplen ( o no). Seguro que muchos nos habremos preguntado cómo se habría desarrollado la historia si Artemis hubiese resultado ser un señor de 40 años (algo perfectamente factible o incluso probable). Vemos familias disfuncionales en las que se discute a raíz de los videojuegos, llegándose a las manos. Y por supuesto, vemos cómo se priorizan las relaciones con aquellos a los que se ha conocido a través de la red. Esto ya ocurre hoy.

Al final, en Ready Player One se normaliza y se exagera (un poco, pero menos de lo que podría parecer) lo que ya vemos muchas veces en nuestra consulta de Bilbao con los casos de adicción a internet, a los videojuegos o a las redes sociales. Por eso, os animamos a hacer lo que esté en nuestra mano desde hoy para evitar que, en generaciones futuras, llegue a darse un entorno parecido al que Spielberg y Cline nos han mostrado.