Imagino que muchas veces habréis escuchado la frase “Yo es que soy un poco psicólogo porque sé escuchar muy bien y doy buenos consejos.” Otras veces escuchamos este tipo de frases dichas entre amigos: “Jolín, muchas gracias por la conversación. Me has hecho una sesión de terapia”, etc.

¿Os suena?

Cuando las escucho no puedo evitar pensar en la “mala fama” que tiene la profesión de Psicología si cualquier persona concluye que hablar o escuchar equivale a “hacer terapia”. Y haciendo autocrítica pienso que algo estaremos haciendo mal si es ese el mensaje que le llega a gran parte de la población.

Una sesión de terapia no es una sesión donde únicamente se escucha.

Tampoco es una sesión donde se ofrecen pautas y consejos, ni empezamos las frases con “tú deberías…”.

Hacer terapia no es dar ánimos al azar. No es decir: “¡Animo, todo saldrá bien!”, cuando en realidad se desconoce y además existe la posibilidad de que salga mal.

Hacer terapia no es quitar importancia, ni tampoco es hablar de cosas de las que la persona no puede hablar (todavía).

No es forzar procesos ni exigir cambios.

En estos 14 años de experiencia profesional he aprendido algunas cosas y he desaprendido otras. Hoy os comparto algunos de mis aprendizajes, que, como todo, están sesgados por las formaciones que he recibido, las personas con las que me he relacionado y que me han influido, las experiencias profesionales, y un largo etcétera. Por lo tanto, no escribo con la certeza de que las cosas SON como yo las digo o las pienso. ¡Faltaría más! Sin embargo, en terapia (como en todo en la vida) tenemos que mirar desde algún prisma. Y yo compruebo, en mi día a día, en el ámbito profesional y personal, que desde este prisma se logra más de lo que se pierde. Y eso me ayuda a convencerme.

He dicho lo que no es la terapia, pero ¿qué es la Terapia Centrada en Soluciones (TSC)?

La terapia es el ARTE DE PREGUNTAR.

Steve de Shazer dedicó un libro completo en el que recalcó el valor de las palabras. En este libro, titulado “En un origen las palabras eran magia”, se vislumbra que en terapia las respuestas pasan a un segundo plano y el papel protagonista se lo llevan las preguntas.

Porque una buena pregunta, aunque de ella no se obtenga respuesta alguna en ese momento, genera cambios en la percepción de las personas. Por ejemplo, a una mujer deprimida se le podría preguntar: “Y esos días que estás tan triste, ¿cómo consigues levantarte de la cama a pesar de todo?”, “¿Qué te ayuda a no tirar la toalla?”, “¿Qué cualidades personales pones en marcha para poder venir a la consulta, aunque no tengas ganas de nada?”, etc. Las respuestas importan, por supuesto. Pero más importa el enfoque de la pregunta. Un enfoque centrado en soluciones, en cualidades, en herramientas que ya se poseen. Un enfoque que aporta a las personas la idea de: “algo estás haciendo ya para mejorar, tienes recursos, no partes de cero…”. Un enfoque que ofrece esperanza.

Las buenas preguntas ponen el foco en la solución sin negar ni restar importancia al problema.

Las buenas preguntas empatizan y validan.

En un ambiente laboral, por ejemplo, no es lo mismo preguntar “¿Recibes reconocimiento?” que preguntar “¿De qué manera te sientes reconocido/a por tus compañeros/as?” Sin duda la segunda pregunta nos da más margen de maniobra, presupone que es probable que haya cierto reconocimiento (aunque puede que no el que nos gustaría) y sobre todo, nos da pistas sobre lo que SÍ se está haciendo que funciona, en lugar de remarcar lo que NO se hace. Si podemos hablar de lo que ya sirve, ¿para qué dedicar horas y horas de terapia (o de consultoría) hablando de lo que no funciona?

Esto me recuerda al “Efecto bola de nieve”. Si cogemos una pequeña bola de nieve y la tiramos por la ladera nevada, irá cogiendo cada vez más tamaño, peso, fuerza y velocidad. Pararla cada vez será más complicado. En el ámbito de la intervención psicológica se puede decir que aquello de lo que hablamos se hace más grande. Dedica mucho tiempo a hablar del problema, de las quejas, de lo que no funciona, y todo eso se hará tan gigante que podrá aplastarte. Dedica tiempo a hablar de los recursos, de las soluciones, de las cualidades, de las excepciones, y la bola de nieve de la solución y los recursos crecerá y saldrás fortalecida.

La terapia es RESPETUOSA. 

No es respetuoso decir a las personas lo que tienen que hacer con su vida, salvo que te pidan consejo u orientación de manera directa. En terapia no nos posicionamos; acompañamos. Entendemos que las personas que acuden a nuestra consulta son EXPERTAS en su propia vida, por lo que no les vemos como seres incapaces. Y al mismo tiempo que vamos por detrás de ellas (no tratamos aquellas cosas para las que no están preparadas para hablar); orientamos, guiamos y dirigimos la conversación.

Por supuesto la ESCUCHA PROFUNDA es una cualidad indispensable en un buen terapeuta. Y en esa escucha, ¿en qué cosas ponemos el foco? ¿Qué información priorizamos? ¿Qué conclusiones sacamos de lo que realmente hemos escuchado y qué conclusiones nacen de lo que hemos querido escuchar?

Para mí, ser respetuosa en terapia es NO LEER ENTRE LÍNEAS. Es, simple y llanamente, LEER LAS LÍNEAS.

Ser respetuosa es asumir que vamos a trabajar con los objetivos de las personas que acuden a la consulta. Y no dar por hecho que seré yo la que marque los objetivos.

Ser respetuosa es tener la convicción de que no existen “personas resistentes al cambio”. No me quiero creer que alguien que está mal en su vida, no quiera cambiar eso. En su lugar, prefiero asumir mi parte de responsabilidad en el proceso. ¿Estoy hablando en el mismo lenguaje que la persona que acude a mí? ¿Cómo hemos conectado; cuál es nuestro vínculo terapéutico? ¿Le sugiero cambios para los que la persona está ya preparada o no son acordes a la situación o al momento? ¿Estoy yendo un poco por detrás de su proceso de cambio, entendiendo que la persona es experta en su vida; o por el contrario, pretendo ser yo la experta?

Finalmente, ser respetuosa es REVISAR, REVISAR Y REVISAR nuestra práctica profesional. Y aceptar nuestros errores para poder aprender de ellos, por lo que requiere una alta dosis de HUMILDAD. Humildad que nos lleva a seguir formándonos de manera continua para seguir ofreciendo un apoyo profesional y cercano.