Quien tenga niños pequeños en casa seguramente esté al tanto de lo que son las rabietas. Las rabietas tienen muchas formas, pueden darse como llantos y gritos o también, en forma de pataletas, golpes e incluso aguantándose la respiración. Y aunque parezca mentira son comportamientos naturales en los niños más pequeños, es decir, se dan porque aun no cuentan con herramientas para gestionar la frustración o el enfado. Se trata por tanto de una forma en la que los más pequeños manifiestan sus emociones, aunque como todo comportamiento tiene un periodo de aprendizaje y lo que en las primeras veces aparece como algo natural e instintivo, para un niño rápidamente puede convertirse en una herramienta.

Los berrinches pueden aparecer con mayor notoriedad entre los 2 y 3 años, coincidiendo con una etapa de gran desarrollo motor. En este momento los niños sienten la necesidad de explorar el mundo, es probable oírles decir “yo solo” y “no” continuamente. Sin embargo, las rabietas también pueden aparecer a partir de los 3 años, puesto que estos comportamientos surgen en el cerebro emocional. Recordemos que la corteza prefrontal (en la que reside la lógica, la razón y la reflexividad) no está completamente desarrollada hasta la edad adulta. Es por esto por lo que los niños pequeños son muy emocionales y necesitan de la ayuda de un adulto para aprender a gestionar sus emociones.

 ¿Qué se puede hacer ante una rabieta?

 Quienes tienen un máster en superar rabietas saben que en el momento en el que un peque tiene una pataleta, hablar e intentar que entre en razón no sirve de nada. De hecho, afrontar una rabieta con la idea de ‘bajo ninguna circunstancia puede salirse con la suya’ es un callejón sin salida.

Para saber cómo abordar estas situaciones, en primer lugar, debemos entender cómo se originan y qué parte del cerebro está actuando en ese momento. De esta manera, podremos anticiparnos y pensar en un plan de acción.

1. Neuronas espejo, nuestras aliadas

Como comentaba anteriormente, en el momento en el que se da la rabieta el cerebro límbico o emocional es el que está ejecutando las órdenes, por lo que de nada sirve entrar en argumentos o explicaciones con los peques.

Entonces, ¿lo único que tenemos que hacer es aguantar el chaparrón? Exactamente, de hecho, contamos con las neuronas espejo de nuestro lado. Estas neuronas almacenan información y preparan el cerebro para actuar de la misma forma que se ha aprendido (según los comportamientos observados). Esto explica porqué los niños se contagian del estrés con la misma facilidad con lo que lo hacen de la calma, aunque muchas veces no sabemos que esto es una estrategia educativa en sí misma y puede jugar a nuestro favor.

2.Ante las rabietas: conexión y calma

Cuando tu hijo o hija esté ante un berrinche NO le grites, NO le amenaces con castigos y bajo ningún concepto le dejes solo/a.

Tan solo RESPIRA y ACOMPÁÑALE durante ese momento. Confía en que sus neuronas espejo están activadas y en que todo lo que se haga tendrá un efecto en las siguientes ocasiones.

3. Anticipa y trabaja desde la prevención

Normalmente las rabietas son completamente aleatorias, aun así, podemos anticiparnos y hacer un trabajo previo con los peques. Acostumbrarnos a emplear herramientas como los acuerdos o el dar dos opciones de forma habitual facilitará la gestión de las rabietas. Recordemos que existen porque los niños más pequeños no saben cómo gestionar la frustración o las emociones desagradables. Por lo que, cuanto más entrenemos herramientas para resolver conflictos, los niños contarán con más habilidades para gestionar sus emociones.

 

Me gustaría terminar aclarando que existen diferentes estrategias para afrontar las pataletas, sin embargo, cada niño y niña es único y única, con unas necesidades concretas. Es posible que lo que le funcione a unos no resulte favorecedor para otros. Sea cual sea la situación, animo a todas aquellas familias que sientan la necesidad de aprender herramientas para afrontar desafíos en la educación de los peques, a pedir ayuda antes de que se den las dificultades. No es necesario percibir un problema concreto en el desarrollo infantil para decidir acudir a un profesional. De hecho, anticiparnos en este sentido evitará muchos quebraderos de cabeza.