A lo largo de nuestra vida vivimos muchas situaciones en las que es necesario tener inteligencia emocional. Por ejemplo, imaginaos las siguientes escenas:

Escena 1: una niña disfruta de un baño en el río y no quiere compartir con su primo su nuevo y colorido flotador con forma de flamenco. Empieza una intensa discusión y por más que median los padres, no logran que la niña cambie de opinión. A cada intento por convencerla grita, golpea el flotador… Incluso en algún momento se escapa algún golpe hacia sus padres.

Escena 2: un taxista quiere entrar en la parada de taxi, pero un vehículo mal aparcado se lo impide. Cuando éste sale, el taxista, en un arranque de ira y con la intención de aparcar en su parada, rápidamente y sin mirar da marcha atrás, cuando de pronto golpea la furgoneta que tiene detrás… Ambos conductores salen de los coches y el taxista, notablemente enfadado, dice gritando: «¡claro, esto es culpa del otro, que no tenía que estar en la parada!«.

Ambos son claros ejemplos de una mala gestión de las emociones, concretamente del enfado. El primero en una situación muy cotidiana entre niños y el segundo en otra situación habitual entre adultos.

La inteligencia emocional nos enseña a conocer nuestras emociones y a regularlas, para poder entender cómo nos sentimos, cómo se siente la otra persona y poder desarrollar habilidades para solucionar conflictos.

Por experiencias vividas, seguro que muchos coincidiréis en que el enfado es una de las emociones que más nos cuesta gestionar y controlar, tanto a niños como a adultos. No digo que no debamos enfadarnos, cuando algo nos molesta o no sale como esperábamos, claro que tenemos derecho a sentirnos mal y a disgustarnos. Porque aunque suene sorprendente, el enfado es una emoción necesaria, como lo son alegría, tristeza, miedo, asco y sorpresa, que son las seis emociones básicas y ninguna de ellas es ni positiva ni negativa. Todas las emociones son necesarias e importantes, el problema surge cuando no conseguimos gestionarlas y cada vez se vuelven más intensas y duraderas.

En el caso de los más pequeños, estamos de suerte. Poco a poco, cada vez más colegios introducen la inteligencia emocional en el plan educativo del colegio. Sin embargo, esta tarea no es exclusiva del centro, la familia también tiene responsabilidad en este sentido.

Por ello, os propongo algunos juegos y dinámicas con las que poder desarrollar la inteligencia emocional con los más pequeños:

  • Juego simbólico: el juego mediante muñecos, peluches o marionetas ayuda a desarrollar el lenguaje y la capacidad de expresar lo que sentimos por medio del personaje que interpretamos, así como a desarrollar las habilidades sociales básicas.
  • Teatro: el teatro es el motor de la expresión verbal y no verbal. Con él aprendemos estrategias básicas para la resolución de conflictos, así como la capacidad de expresar los sentimientos: amor, enfado, miedo, preocupación…
  • Juegos para comprender y expresar emociones: actualmente existen diferentes juegos con los que poder aprender las distintas emociones y sus distintos niveles. Y sobre todo, poder desarrollar la habilidad de expresarlas. Muchas veces un niño no dice cómo se siente porque en su casa nunca se habla de los sentimientos. Por ello, los adultos tenemos un rol muy importante, puesto que está en nuestras manos el normalizar la expresión de las emociones y ser un modelo en la gestión de las mismas, todo ello gracias al poder de las neuronas espejo.

Al hablar de educación es necesario pensar a largo plazo, más aun si se trata de la gestión de las emociones. Educando emocionalmente a los más pequeños conseguiremos adultos emocionalmente sanos y capaces de gestionar situaciones emocionalmente intensas.

¿Pero qué pasa con los adultos que de pequeños no hemos entrenado la inteligencia emocional? ¿A nosotros quién nos enseña a gestionar las emociones?

Estos son algunos consejos solo aptos para los mayores de la casa:

  • Actúa antes de que la emoción actúe por ti. Muchas veces una situación que aparentemente parece simple termina en la mayor discusión de los últimos tiempos, por no darnos cuenta ni por haber actuado antes de que nuestra emoción fuera a más.
  • Tómate un tiempo para reflexionar antes de reaccionar. Tendemos a contestar y a tomar decisiones al momento, sin pensar. En este paso os recomiendo hacer una pausa, coger aire e incluso apartarse a un lugar tranquilo para apaciguar la emoción.
  • Comparte tus emociones. Hablar de nuestras emociones con familiares o amigos nos ayuda a comprender mejor aquello que nos sucede y sin duda, favorece una mejor toma de decisiones.

En estos últimos años cada vez se aprueban más planes y proyectos para introducir la educación emocional en el sistema educativo. Sin embargo, eso no lo es todo. También es importante que los adultos nos concienciemos de su importancia y procuremos ser un modelo en la gestión y regulación emocional. Padres, madres, profesionales… todos somos un espejo en el que los demás aprenden.

Con todo lo dicho, a partir de ahora cuando en la relación con vuestros hijos/as, amigos/as, pareja o familiares se os presente un reto, en vez de reaccionar pensad cuál es la habilidad que queréis enseñar. ¿Preferís dejaros llevar por el momento y reaccionar o en su lugar elegís regular primero vuestra emoción para después centraros en la búsqueda de soluciones?