El verano es un tiempo en el que podemos dejar atrás nuestras obligaciones para centrarnos en compartir nuestro tiempo con las personas a las que queremos, y en dedicarnos a aquellas actividades que realmente nos gustan. Sin embargo, las vacaciones pueden despertar en nosotros sentimientos de tristeza, e incluso depresión. En concreto, hay dos tipos de depresión que se asocian a los meses de estío: la depresión de la tumbona y la postvacacional.

 

La depresión de la tumbona la experimentan aquellas personas que, por una mala gestión de su tiempo, tienen dificultades para adaptarse al ritmo de vida más relajado que se da durante las vacaciones. Las causas son muy diversas: algunos sufren este tipo de depresión porque les cuesta desconectar de su rutina laboral y de sus obligaciones – pudiendo incluso sentirse culpables por tomarse un descanso- ; otras personas pueden sobrecargar estas semanas libres de planes y horarios que, al final, les impiden relajarse.

Existe otra causa para la depresión de la tumbona, y es que el estar libres de obligaciones puede dejarnos mucho tiempo para pensar en aquello en lo que normalmente preferimos no pensar (aquellos aspectos de nuestra vida con los que nos sentimos poco satisfechos). Como consecuencia, podemos sentirnos tristes e irritables, pudiendo presentar también insomnio y dolores físicos.

Por otro lado, el “síndrome o depresión postvacacional” es la cara opuesta de la moneda: se produce durante la etapa final de las vacaciones: cuando vemos cercana –o inmediata- la vuelta al trabajo o al colegio, y es la retomar la rutina lo que nos produce malestar. Algunos psicólogos afirman que se trata de un proceso de adaptación normal, puesto que reincorporamos aspectos de nuestra vida que habíamos dejado momentáneamente aparcados; pero dicha adaptación puede conllevar, en algunos casos, altos niveles de ansiedad y estrés.

Normalmente no dura más de dos semanas, y afecta sobre todo a menores de 45 años, tanto niños como adultos; especialmente aquellos que no se sienten bien en el colegio o en el trabajo. Cuando este malestar se alarga, conviene replantearnos por qué nos estamos sintiendo así, e incluso recurrir a la ayuda de un psicólogo para encontrar una solución