Todos hemos intentado alguna vez el cambio de hábitos, un cambio en la alimentación, aumentar la actividad física, dejar de fumar… Y aunque suena algo fácil al comienzo, en la mayoría de las ocasiones hemos terminado por abandonar nuestros propósitos, aumentando así la frustración. ¿Por qué no cambiamos aún sabiendo que es lo mejor para nosotros? La respuesta a esta pregunta no es sencilla, ya que los cambios dependen de la cantidad de motivación que tengamos, de nuestra habilidad para cambiar y de los objetivos entre otros. La realidad es que no es una tarea sencilla y en muchas ocasiones se necesita la ayuda profesional para llevarlo a cabo.

Pero, ¿Qué podemos hacer nosotros para implementar nuevos hábitos?

Lo primero, es entender el cambio y sus fases. Cuando hablamos de cambio, hablamos de que toda persona pasa por diferentes fases hasta conseguir sus objetivos. Estas fases, fueron propuestas por Prochaska y DiClemente, dos de los autores más importantes en este campo. El interés de conocer en qué punto nos encontramos es que en cada una de estas fases encontraremos diferentes dificultades y podremos llevar a cabo diferentes acciones.

La primera fase es la de pre-contemplación. Aquí todavía no somos conscientes de que tenemos que hacer ningún cambio en nuestra vida y, por tanto, no estaremos dispuestos a cambiar. Aquí el entorno juega un papel importante, ya que nos va a dar información de los cambios que sería bueno que hiciésemos.

La siguiente fase es la de contemplación, donde nos hacemos consientes del problema y comenzamos a plantearnos un posible cambio. En este paso, es interesante conocer el término de ambivalencia. Este termino, se refiere a cuando en nuestro planteamiento se encuentran dos ideas contrarias. Por ejemplo, quiero dejar de comprar tanta ropa, pero a su vez, me gusta tanto y me veo tan guapa que no quiero dejar de hacerlo.

Esa ambivalencia suele ser aquello que nos impide dar el paso y por ello, es interesante que la reduzcamos al máximo. Para ello, es imprescindible plantearse aquellos beneficios que nos va a reportar el cambio tanto a corto, a medio, como a largo plazo.

Otros de los aspectos clave que nos pueden ayudar a resolver esta ambivalencia es identificar aquellas cosas por las que no queremos cambiar y ver si de alguna manera podemos sustituir esas conductas por otras. Es decir, si por ejemplo una de las razones por las que no se quiere dejar de fumar, es porque el tabaco proporciona calma, sería interesante buscar otras formas de relajarse. Aunque en algunas ocasiones la ambivalencia es tan fuerte e indescifrable que se necesita ayuda profesional para resolverla y poder comenzar el cambio.

Una vez superado el paso de contemplación, pasaremos a la fase de preparación. Es aquí donde estamos motivados para comenzar a realizar cambios. La motivación es intrínseca, es decir, viene de dentro y queremos cambiar porque nos va a reportar beneficios a nivel personal. En esta fase del cambio es crucial plantearse los objetivos de manera correcta de tal manera que sean alcanzables.

Las características que tiene que tener todo buen objetivo son las siguientes:

  • Tiene que ser relevante para nosotros y para nuestra vida, puesto que así nos sentiremos más motivados.
  • Es preferible que esté en positivo, es decir, en términos de hacer algo en vez de dejar de hacerlo.
  • Cuanto más simple sea el objetivo, más fácil será alcanzarlo y más motivados nos sentiremos para seguir avanzando.
  • La concreción es algo que no puede faltar a la hora de plantearnos objetivos. Por ejemplo, no es lo mismo decir, quiero leer más, que quiero leer 15 minutos al día.
  • Debe ser medible, es decir, tenemos que tener una forma de saber si no estamos llevando a cabo o no. Por ejemplo, comer sano es algo que no es medible, pero comer tres piezas de fruta al día es fácilmente verificable.

 

Una vez planteados los objetivos, pasaremos a la fase de acción en la cual comenzaremos a realizar cambios concretos. En esta etapa, la planificación es imprescindible, esto es, qué voy a hacer, cuando y cómo. Además, tendremos que implementar nuevas habilidades que requieran de un periodo de aprendizaje, por ello, ser benevolentes con nuestros propios errores es crucial para no rendirse.

Por otro lado, está demostrado que cuando percibimos los cambios como deberes y normas, es más probable que los dejemos de lado abandonando así nuestro objetivo. Por lo tanto, es interesante tener muy presentes los beneficios que nos proporciona el cambio a corto plazo y no tanto nuestro objetivo a largo plazo. Si nos planteamos por ejemplo salir a correr, pensar en que nos da pereza pero que conseguiremos dentro de unos meses la forma física que deseamos no ayudará demasiado, en cambio, podemos visualizarnos a nosotros mismos volviendo de hacer ejercicio, con esa sensación de satisfacción por haberlo hecho.

Tras esta fase de acción, estaremos en la fase de mantenimiento. Suele decirse que para que nuestras acciones se conviertan en hábitos tienen que pasar al menos 21 días, pero cuando se trata de hábitos de salud, la mala noticia es que se necesitan más. Aquí, las rutinas y la planificación siguen siendo claves. Poco a poco nos iremos acostumbrando a estos nuevos hábitos y se convertirán así en parte de nuestra vida diaria.

Por último, se encuentra la fase de recaída. Se considera que sin haber experimentado una recaída no hay adquisición de hábitos. Esta fase suele ser realmente frustrante, pero puesto que no somos robots programables, es muy probable que en alguna ocasión volvamos a caer en aquellos hábitos que queríamos eliminar. Lo importante en esa fase es aprender de los errores cometidos para poder prevenirlos en ocasiones futuras.

Por tanto, aunque en muchas ocasiones los cambios de hábitos están presentados como una serie de pasos que hay que seguir, la realidad es que no es nada fácil y que en muchas ocasiones necesitaremos estar acompañados de profesionales cualificados que nos ayuden y apoyen a implementar nuevos aprendizajes.