La relación entre la familia y la escuela atraviesa hoy en día una situación delicada. Ambas instituciones tienen un gran impacto sobre la educación de los hijos e hijas y, aunque coinciden en la necesidad de trabajar juntas por el bien de los menores, no es raro que cada parte cuestione las decisiones de la otra. 

De manera habitual, surgen conflictos –tanto generales como cotidianos- entre padres y profesores; y estos pueden afectar al alumno cuando los progenitores desautorizan al profesor, o al revés.  Por eso, en Centro Psicología Bilbao, nos gustaría compartir algunas pautas a tener en cuenta para la gestión de problemas entre progenitores y docentes.

Una de las claves se centra en trabajar nuestra actitud: Muchos conflictos surgen cuando tenemos una percepción errónea de la otra persona. En este caso, la opinión personal del alumno –que puede criticar al profesor en casa, a oídos de todos– o de otros profesores- que pueden haber dado a conocer su opinión, no siempre positiva, sobre algún progenitor– puede crearnos un prejuicio antes de que lleguemos a relacionarnos con la otra parte. Conviene tratar de evitarlo y recordar que todos somos imperfectos, pero a la vez capaces de enseñar cosas positivas que pueden beneficiar a los estudiantes.  

También debemos tener en mente que educadores y progenitores tienen diferentes campos de actuación. Las normas del colegio y las de casa no tienen por qué ser las mismas; pero los niños tienen que cumplir, en cada ámbito, las propias. 

Con respecto a la comunicación, es importante escuchar de manera activa a la otra parte: todos tenemos algo que aportar; comprender lo que el otro tiene que decir nos ayudará a tener una visión global, más completa, de la situación. Por supuesto, debemos exponer nuestro punto de vista desde la corrección y el respeto hacia el otro, ya que tanto profesores como padres pueden –y deben- aprender de la persona con la que están hablando.

Especial atención debemos poner a la hora de hacer críticas; procurando que sean constructivas y teniendo en cuenta en todo momento que lo que se critica es el hecho, y no la persona. Si, además, convertimos las críticas en propuestas, conseguiremos ayudar a la otra parte a mejorar y crecer.

Por último, aunque existan desacuerdos en las metodologías y procederes de cada uno, no hay que olvidar que debemos centrarnos en lo mejor para el niño o niña, más que en nuestra propia opinión.