La vida es un constante decidir, siempre se está decidiendo, desde cosas banales, como qué ropa ponerte o qué elegir en un restaurante, hasta cosas más trascendentes como si deberías dejar tu trabajo para dedicarte a otra cosa o vivir en un sitio o en otro. Aunque hay a mucha gente que le cuesta tomar pequeñas decisiones y esto puede terminar causándole malestar significativo, hoy nos vamos a centrar en las segundas, las decisiones más difíciles.

¿Por qué se nos hace tan difícil? Cuando uno se enfrenta a tomar decisiones cuyas consecuencias pueden cambiar significativamente su vida, se hace muy complicado lidiar con la incertidumbre. Asaltan dudas de si se estará tomando la buena decisión, de si será determinante, de si se estarán cometiendo errores irreparables… Esta intolerancia a la incertidumbre genera mucha inquietud e incluso ansiedad y bloqueos. Ante esta situación de estrés, pueden ser muchos los patrones de actuación, pero normalmente las personas que tienen dificultades para tomar la decisión, pueden decantarse por dos formas de actuar.

La primera, está relacionada con un exceso de razones. La persona intenta sopesar todo, racionalizar todo y pensar argumentos totalmente objetivos y como nada le convence, puede terminar bloqueándose. Ante esta situación, decide no hacer nada por el miedo a equivocarse o a fallar y posponer la decisión dejando que el tiempo decida. La segunda, está relacionada con una manera impulsiva de tomar decisiones, se opta por hacerlo de manera emocional sin sopesar todas las opciones y el impacto de cada una de ellas. Cualquiera de estas dos maneras de actuar, puede traer consecuencias muy negativas para la persona.

La realidad es que en muchas ocasiones, no hay certezas de que la decisión que se toma sea la correcta, de que no tenga ninguna consecuencia negativa a corto o medio plazo y es por ello que cuesta tanto. También puede estar relacionado con la autoestima que se tenga en ciertos ámbitos. Puede que a una persona no le cueste nada tomar decisiones en el ámbito personal y muchísimo en el plano social o laboral.

Cuando uno se enfrenta a una decisión importante tiene que prestar especial atención al equilibrio entre lo que comúnmente se llama la cabeza y el corazón. Esto es, tener la cantidad justa de racionalidad y emoción. Cuando solo se tienen en cuenta razones objetivas, se olvida una parte muy importante, que es la emocional y se corre el riesgo de quedarse atascado o no sentirse tranquilo y a gusto con la decisión tomada. Por otro lado, cuando solo se toman decisiones de manera emocional, suele cometer el riesgo de precipitarse.

Aunque esto no es fácil, aquí van algunos consejos para que la toma de decisiones sea más llevadera:

1. Mente fría, pero no tanto

Intenta buscar el equilibrio entre lo emocional y lo racional. Lo primero, no tomes decisiones de manera precipitada, impulsiva o invadida por la emoción. Dale tiempo al cerebro para hacer su función. Una vez en calma, no descuides la parte emocional. Piensa en qué es aquello que te sale hacer, con qué decisión te sentirías más a gusto y contento o contenta.

2. Valora todas las opciones

Realiza una lista de pros y contras de la decisión, así podrás fijarte en los aspectos positivos y negativos. Haz una lista de cómo te puede afectar la decisión en diferentes ámbitos: a nivel personal, laboral, emocional…

3. Intenta visualizarte

Imagínate habiendo tomado esa decisión, valora cómo te vas a sentir y como va influir eso en tu vida y en la de los demás.

4. No te centres en los fracasos, de todo se aprende

En muchas ocasiones las decisiones no son correctas o incorrectas. La vida es larga y puede que tomemos decisiones en un momento dado que no sean las más acertadas. Intenta pensar que toda decisión implica aprendizaje. Nuestros fallos nos moldean y lo más importante, nos enseñan. No podemos controlar todo y menos cuando no depende al 100% de nosotros mismos.

5. Tomar decisiones requiere entrenamiento

No se nace sabiendo decidir, piensa en tus cualidades, qué herramientas tienes a nivel personal qué te puede ayudar a tomar la decisión. Haz memoria, recuerda aquellas ocasiones en las que tuviste que decidir y en cómo lo hiciste. Confía en tus habilidades para resolver problemas futuros.

6. Reduce los “y sis”

Cuando ya te has decantado por una opción, reduce los: ¿y si tomo esta decisión y no es la correcta? ¿Y si a Pepito no le parece que esté actuando de manera adecuada? Piensa en el ahora, si después surgen dificultades u obstáculos, ya pensarás en cómo solucionarlos llegado el momento.

6. ACTÚA

Una vez hecho el proceso de pensar en los pros y los contras, valoradas las consecuencias posibles, las implicaciones a nivel emocional… etc. No te enredes, actúa. Las consecuencias de la inacción pueden ser peores que las de la decisión en sí. Además, al no decidir, también decides.