¡Lo tenemos claro! Nos quedaríamos tremendamente escasas si dijéramos que la Disciplina Positiva es una fórmula educativa para familias y profesionales de la educación. Hoy en día nosotras la vivimos como una filosofía práctica que está a la base de nuestras relaciones personales, y por ello, de las orientaciones que damos desde nuestro centro a familias que quieren mejorar en la crianza y relación con sus hijos e hijas.

Básicamente hay una palabra que lo define todo: RESPETO. Es una palabra sencilla y de significado simple para todos nosotros, pero a veces la perdemos de vista cuando hablamos de relaciones, y más cuando éstas son complicadas. Cuando se trata de buscar soluciones, a veces se nos olvida lo más importante, nos precipitamos, afloran los nervios, y se pone en marcha ese cerebro reptil que todos llevamos dentro, perdiendo el respeto al que tenemos delante. Tenemos que entender, que el respeto, no es solo no decir palabras mal sonantes al otro, o insultarle. Cuando hablamos de respeto, lo hacemos en el amplio sentido de la palabra, validando las emociones del otro aunque no nos gusten, aceptando opiniones estemos o no de acuerdo con ellas y respetando las diferentes realidades a las que nos enfrentamos cada vez que recibimos un feedback inesperado.

En nuestra larga andadura profesional, durante años, hemos funcionado sin Disciplina Positiva. No la conocíamos y estábamos formadas en orientaciones diferentes en las que aprendimos que aplicar premios y castigos, según un sentido estricto de la justicia, era lo más acertado. Cierto que cuando poníamos en común algún caso complicado, nos dábamos cuenta de que el sentido de la justicia no era igual para todas, ¡cada una tenía su lógica privada! Y, sobre todo, nos fuimos dando cuenta de que cuando se premiaba o castigaba no se pensaba en futuro y en buscar soluciones constructivas, sino más bien solo en la conducta misma que se reconocía o no como aceptable. Es decir, nos focalizábamos más en la conducta que, según nuestro criterio o lógica privada, era o no adecuada y, además le enseñábamos a desarrollar habilidades para el manejo de su vida. Sin embargo, el día a día nos corroboraba lo complicado que era para las personas aprender cuando se sentían presionadas, bien por ser premiadas o castigadas.

Hoy en día, tenemos claro que podemos decir “así no”, poniendo límites con respeto y enseñando habilidades.

Cuando echamos la vista atrás recordando nuestra infancia, y pensamos en lo que aprendimos con el castigo, no llegamos muy lejos. Quizás aprendimos de manera puntual algo que a nuestros padres no les gustaba que hiciéramos, pero seguro que no eran aprendizajes de verdad, aprendizajes que tuvieran un recorrido a largo plazo. Éstos solo son posibles cuando nos los han enseñado con paciencia, AMABILIDAD, RESPETO y poniendo los límites adecuados. Si pensamos en la poca conexión con nuestros padres o maestros que generaban el castigo y las faltas de respeto (ridículo ante la clase cuando te mandaban a la de los pequeños, por ej.) nos damos cuenta de que la rabia estaba muy por encima de cualquier otra emoción. Hoy en día sabemos que desde la rabia no se aprende en un largo plazo, y que solo aprendemos desde la CONEXIÓN y una buena relación con el otro. Pensemos en algo fácil de entender: ¿Creemos de verdad que unos padres podrían cambiar o enseñar algo a un adolescente con el que no tienen ninguna conexión, con un adolescente que siente que no pertenece a esa familia, que emocionalmente está a muchos metros de distancia de sus padres? Está claro que no, que cuanto más lejos estemos del otro, menos conseguiremos enseñar y que para que nos guste aprender necesitamos sentir que PERTENECEMOS.

Pero algo que entendimos desde el principio fue qué los LÍMITES no están reñidos con el respeto. Parece que cuando ponemos límites lo tenemos que hacer levantando la voz, enfadados y ante una situación conflictiva. Y no, los límites se van afianzando poco a poco, en el día a día y forman parte de las decisiones que tomamos para nosotros mismos y para los demás. Además, los límites nos ayudan a crecer sabiendo que nosotros mismos necesitamos marcar nuestros propios límites personales, algo que también lo vemos muy claro con los adolescentes. Si no se les enseña con límites, es bastante complicado que él mismo sepa dónde están los suyos propios y dejará que los demás los traspasen sin saber muy bien a dónde le podría llevar este camino (¿Drogas? ¿Dificultades de comportamiento? ¿Adolescente acosado?)

La Disciplina Positiva nos ayudó a entender que debemos fijarnos en que todos tenemos nuestro METRO CUADRADO para actuar, nuestra responsabilidad en nuestras acciones, y que más que preocuparnos de que el otro, niño o adulto, no cumpla con lo que creemos que sería razonable, nosotros podemos actuar. Para ser un poco más concreta, si tu hijo no recoge su ropa o sus juguetes, tú como madre o padre decides con respeto qué vas a hacer. Puedes recoger tú con tus condiciones o hacer lo que decidas que le vaya a enseñar esta habilidad de mantener su cuarto ordenado. Pero con esta conducta siempre piensas en futuro, en enseñar, y no en cómo castigar lo que no te gusta. Porque solo así somos capaces de aprender y de enseñar, solo así recibimos y damos ALIENTO a la persona que tenemos delante, hijo, amigo, compañera; y desde luego, solo desde el aliento somos capaces de aprender.

Uno de los conceptos más importantes y alentadores que nos ha aportado la Disciplina Positiva en nuestro trabajo y en nuestra vida, es saber que el ERROR ES UNA OPORTUNIDAD PARA APRENDER. Y entendemos por error todo aquello que no sale a la primera, que no nos gusta del otro, que no conseguimos cuando pensábamos que lo íbamos a conseguir o incluso que con el tiempo nos damos cuenta que podía hacerse mejor. Solamente mejoramos si somos capaces de aprender de nuestros errores, y esta frase la entendemos perfectamente, pero a veces nos cuesta más entender que el otro también comete errores, nuestros niños también se equivocan, nuestros maestros, compañeros, amigos y jefes. Todos cometemos errores que nos dan la oportunidad de aprender, y si somos buenos observadores y compasivos, aprenderemos también mucho del los errores de los demás.

Desde luego, de lo que fuimos plenamente conscientes desde el momento en el que empezamos a trabajar basándonos en la Disciplina Positiva, fue de que el camino para ayudar a padres y profesionales de la educación era el más honesto, respetuoso y rápido. El cambio es posible si confiamos en el otro y si le tratamos como nos gustaría que nos trataran a nosotros, algo que, cuando nos enfrascamos en conflictos debemos entrenar porque no suele ser lo que nos sale “simplemente”. Necesitamos primero que nos enseñen y luego mucha práctica, como se suele decir “pico y pala”.

Así que… Por todo esto y mucho más, damos las gracias a la Disciplina Positiva por habernos enseñado tanto y por demostrarnos día a día, con nuestros aciertos y errores, que podemos seguir aprendiendo como entrenadoras de nuestras propias vidas para poder ayudar a descubrir a la gente que acude a nuestro centro sus propias herramientas para resolver sus problemas de relación con otros o la crianza de sus propios hijos.