“Sentiría mucha vergüenza si tuviera que comunicarme a través de llamadas de teléfono”, “Una especie de fobia… Bueno, no sé si se llamará así, pero no me gustan las llamadas, me pongo nerviosa…Tampoco las cojo, aunque las recibo pocas veces”. Estos son algunos de los comentarios realizados por jóvenes de la llamada “generación muda” a los que me ha interesado preguntarles por este tema. ¿Debe suponer esto un problema tal y  como se está comentando últimamente?

En principio podría resultar paradójico que, jóvenes que viven con el teléfono en mano o bolsillo trasero, que exhiben su vida en las redes sociales, y que cada vez se creen más expertos en la comunicación con sus iguales, sientan verdadera aversión a hacer o recibir llamadas de teléfono. En algunos medios lo denominan con el término de telefonofobia, lo que personalmente me parece abusar del vocabulario psiquiátrico para patologizar “simplemente” un cambio de tendencia a la hora de comunicarse.

Indaguemos un poco en las razones por las que hoy en día la gente en general y las personas jóvenes en particular, privilegian formas de comunicación alternativas a la llamada telefónica clásica.

Las razones a las que aluden son variadas, pero todas dependen básicamente de dos factores:  lo complicado de la improvisación, que lleva implícita la llamada y aparición de los nuevos medios que les dan opciones.

  • En primer lugar, ¿Qué necesidad hay de usar un medio que ya está en desuso? Pensémoslo bien, ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos visto a un joven hablando por teléfono en una película? ¿No es cierto que las mismas personas adultas hoy en día utilizamos más el WhatsApp y solo de vez en cuando las llamadas para comunicarnos con personas más mayores? ¿No es cierto que cada vez nos da más pereza en general hablar por teléfono?

 

  • Hoy en día pueden elegir, y eligen saber a quién, cuándo y cómo responder. Ven quién se dirige a ellos, y pueden decidir si contestar o no, o hacerlo más tarde con una respuesta más reflexiva que les haga sentirse más seguros. Es comprensible que los jóvenes que no han convivido con las llamadas de teléfono, digan que se tienen que preparar para realizarlas o contestarlas, y que esto les genera cierto miedo. Todo requiere de un entrenamiento y ellos no lo tienen, por la misma razón que sus pulgares vuelan estrepitosamente sobre las pantallas, mientras que los de las personas adultas se manejan torpemente.

 

  • Algunos comentan que el control del tiempo se pierde en la llamada y que les desconcierta, por ejemplo, no saber exactamente cuándo la persona que tienen al otro lado ha terminado de hablar, o si la conversación va a ser más o menos breve. En definitiva, dicen sentir cierta pérdida de control de la conversación aludiendo a que el diálogo no se puede pensar ni planificar. Incluso, comentan que preferirían una comunicación presencial que les permitiera ver los gestos para obtener una información adicional que les aportara mayor seguridad.

 

  • Si existiera un problema de ansiedad social, timidez, o dificultad en habilidades sociales, por ejemplo, seguiría siendo más fácil comunicarse por medios alternativos a las llamadas, evitando así el mal rato que supone exponerse. Las personas jóvenes con estas características destacan tres momentos cruciales que tratan de evitar: el miedo a no saber lo que van a escuchar, el tener que contestar una llamada en un momento en el que pudieran estar pasando por una fase crítica de ansiedad y el nerviosismo que les puede generar prepararse para hacer una llamada.

 

  • Ocurre otras veces, que realmente no les interesa coger la llamada. Dependiendo de las edades de los jóvenes, los padres y madres no siempre llaman en el momento adecuado; más bien suele ser todo lo contrario. Así, el hacer que no oyen o simplemente el tener el teléfono silenciado, es un recurso bastante utilizado, que no les genera motivo de preocupación.

 

  • Porque los demás lo hacen. “Si mis amigas y amigos silencian las llamadas, ¿por qué no las voy a silenciar yo?” Directamente no las utilizan como medio de comunicación. Porque para esta generación, las llamadas resultan tan anticuadas como las cabinas de teléfono.

 

  • El tema de la comodidad, rapidez y sencillez, también entra en juego. Las personas jóvenes pueden contestar los mensajes rápidamente, rodeados de gente, en el bar, en el metro, andando por la calle (¡hasta en clase!), y sienten que el control del tiempo y de la conversación está de su parte, cortando la comunicación cuando lo creen necesario. Para hacer y recibir llamadas se requiere de otras condiciones que, en sus propias palabras, “exigen más tranquilidad y disponibilidad”

 

  • La inmediatez es otra ventaja a la que aluden. Mandar un mensaje no deja de ser una conducta inmediata, y hasta impulsiva en un momento dado. Escriben exactamente cuando quieren o necesitan, mientras que en la llamada, independientemente de la necesidad o urgencia que tengan de hablar, pueden no localizar a la otra parte.

 

  • Otro motivo, que supongo bastante general, y que nos hace a todos ignorar con frecuencia las llamadas telefónicas, son las continuas llamadas publicitarias de compañías de todo tipo que cada vez más nos atosigan con sus campañas.

 

Aceptemos que los tiempos de las largas conversaciones al teléfono han sido sustituidas por otras formas de hablar que generan interacciones diferentes y que mantienen a los y las jóvenes más pendientes y dependientes de sus teléfonos. Pero también dejemos de convertir en patología lo que “simplemente” es un cambio de hábito a la hora de relacionarnos. Eso sí, igual deberíamos preocuparnos un poco por la pérdida de espontaneidad, por el empobrecimiento en la comunicación y las carencias comunicativas que estos cambios están generando en el entorno de las personas jóvenes y no tan jóvenes.