Sentir tristeza cuando se está viviendo un duelo o cuando hemos tenido una ruptura sentimental, estar agobiados en época de exámenes o cuando tenemos exceso de trabajo, sentir incertidumbre cuando tenemos que conciliar y no sabemos cómo lo haremos o frente a un divorcio, etc. ¿Son estas emociones patológicas o se trata de emociones desagradables que responden de manera coherente a situaciones vitales?

Cuando hablamos de “patología” nos estamos refiriendo a una enfermedad (física o mental) que padece una persona.

Desde la pandemia, en la sociedad cada vez se habla más de Salud Mental, lo cual tiene una parte positiva, que es la dejar de estigmatizar a las personas que padecen realmente enfermedades mentales y normalizar el hecho de que en ocasiones en necesario pedir ayuda profesional. Sin embargo, observo también la otra cara de la moneda: cada vez más personas se “auto-diagnostican” con enfermedades mentales por el simple hecho de estar pasando por una mala racha. Del mismo modo, cuando en la primera sesión les pregunto “¿qué te gustaría conseguir viniendo aquí?”, me encuentro con respuestas como “tengo que lidiar con X situación personal y me gustaría conseguir que no me afecte”

… Que no me afecte…

Y ahí es cuando pienso que algo no estamos haciendo bien en el ámbito de la Salud Mental. Tener como objetivo que algo no te afecte NO es un objetivo terapéutico o pro-salud. Piénsalo del siguiente modo: si ese objetivo se consigue, si una situación importante en tu vida no te afecta y por lo tanto te hace no sentir emociones, la persona se acabaría convirtiendo en un robot. Sí podemos conseguir “aprender a lidiar con la situación de la mejor manera posible”, pero que te afecte (y que, por lo tanto, sientas emociones desagradables) es hasta un indicador de que la persona está sana porque son emociones en su mayoría adaptativas. Si lo pensamos realmente, ¿qué sería más patológico en un duelo de un familiar muy cercano: sentir tristeza o que no te afecte?

En este sentido, desde la intervención psicológica recomendamos que las personas consulten cuando no sepan gestionar situaciones, cuando sientan que sus emociones están fuera de su control y les genere malestar, cuando quieran producir cambios en sus vidas, y un largo etcétera. Hay numerosos aspectos que se pueden trabajar en terapia, y no es en absoluto necesario tener diagnosticada una enfermedad mental para consultar con un psicólogo o psicóloga.

Del mismo modo pienso, que no es necesario tomar antidepresivos cuando se siente tristeza por algún acontecimiento reciente y doloroso, ni ansiolíticos por tener una época de estrés. Bienvenida la medicina cuando realmente se necesite, pero cuidado con tratar como enfermedad la vida misma, porque las personas pueden concluir que están enfermas cuando realmente están sanas. Jodidas a veces (perdón por la expresión), claro que sí, pero sanas al fin y al cabo.

Tenemos como sociedad una tarea pendiente y es la de fomentar la resiliencia. Esa capacidad para superar circunstancias traumáticas o dolorosas. Esa capacidad para transitar emociones desagradables sin necesidad de anestesiarnos. Las personas adultas, con más frecuencia, tenemos que entrenarnos para aprender a mantener conversaciones difíciles, poner límites, tomar decisiones y aceptar el paso del tiempo y las pérdidas que nos supone. Y me incluyo, por supuesto, porque no estoy exenta de ser humana.

Finalmente, cuidado con confundir tristeza con depresión, nerviosismo o estrés con ansiedad y miedo con fobia. No etiquetes lo que sientes como una enfermedad mental y, en su lugar, observa qué te está queriendo decir tu cuerpo cuando te sientes así. Igual es el momento de cambiar ciertas cosas o de tomar otras decisiones.