A la oscuridad, a la muerte, a los perros, a que me dejen sólo, a las arañas, y un largo etcétera. Estos y muchos otros miedos, ¿son comunes en la infancia? Y lo más importante de todo, ¿cómo podemos enfocarlo desde casa para evitar que nuestros hijos e hijas tengan miedo? Hoy hemos entrevistado a Goizane Larragan Marcos, psicóloga de Centro Psicología Bilbao y quien nos habla acerca de los miedos infantiles.

 

1. Cuando hablamos de miedos infantiles, ¿de qué miedos en concreto estamos hablando?

Suele ser generalmente a quedarse solos, o sin las figuras de referencia, a la oscuridad, a las tormentas o ruidos fuertes, a personajes de cuentos y películas… Hay miedos más específicos, como son el miedo a perderse, al fuego, a algunos animales, a lo desconocido…

2. ¿Es cierto que hay edades concretas para determinados miedos? Y en este sentido, ¿a qué edad puede un niño sentir miedos?

Cada niño puede desarrollar distintos miedos, y en diferentes momentos de su vida; pero, en general, según las etapas evolutivas, suelen aparecer algunos más frecuentemente que otros, como proponen Morris y Kratochwill (1983).

– 0-6 meses: pérdida repentina de soporte (base de sustentación), ruidos fuertes…

– 7-12 meses: miedo a las personas extrañas, a los objetos que surgen inesperadamente…

– 1 año: separación de los padres, inodoros, heridas, personas extrañas…

– 2 años: situaciones que incluyen ruidos fuertes (aspiradoras, sirenas, alarmas, camiones, tormentas, etc.), animales, una habitación oscura, separación de los padres, objetos o máquinas grandes y cambios en el entorno personal…

– 3 años: máscaras, oscuridad, animales, separación de los padres…

– 4 años: separación de los padres, animales, oscuridad, ruidos (incluyendo nocturnos)…

– 5 años: animales, separación de los padres, oscuridad, gente mala, lesiones corporales…

– 6 años: seres sobrenaturales, lesiones corporales, truenos y relámpagos, oscuridad, dormir o estar solos, separación de los padres…

– 7 -8 años: seres sobrenaturales, oscuridad, miedos basados en sucesos aparecidos en los medios de comunicación, estar solos, lesiones corporales, etc.

– 9-12 años: exámenes escolares, rendimiento académico, lesiones corporales, aspecto físico, truenos y relámpagos, muerte, oscuridad (en porcentaje más pequeño)…

3. A lo largo de tu trayectoria profesional, ¿cuáles son los miedos que llegan más a menudo a la consulta?

Sobre todo, el miedo a la oscuridad, a quedarse solos, y a algunos animales y/o personajes de cuentos o de películas. Los niños sienten una especie de atracción hacia las cosas que les dan miedo, pues esa aproximación es la forma de tornarlos conocidos y superarlos, pero, en ocasiones, los sueños y las pesadillas les juegan una mala pasada.

4. ¿De qué depende que un niño o niña tenga miedo? ¿Es algo que ocurre de repente o poco a poco?

Hay miedos que son evolutivos y que se corresponden con las emociones que a cada niño le toca vivir en cada etapa. Pero también hay miedos culturales, e incluso familiares, que se van aprendiendo. Esto sucede, por ejemplo, con los bichos. Es posible que el miedo de un niño no sea despertado por una araña, pero si en una edad temprana de constante aprendizaje percibe en alguien de su entorno una reacción desproporcionada hacia las arañas, es posible que el menor también adquiera ese miedo, como parte del bagaje del aprendizaje de valores, y de distinguir las cosas seguras de las peligrosas.

Acerca de si es algo repentino o progresivo, depende de los sucesos. En ocasiones, si un suceso es muy fuerte para un niño, basta con que esa experiencia se de una sola vez para condicionar de forma muy potente el miedo. En otras ocasiones, es algo que va tomando fuerza poco a poco, debido a que es un tema relevante en su grupo de iguales, está de moda, y la sensación de temor se puede ir acrecentando. Esto sucede, entre otros casos, con los juegos que suelen rondar en torno a espíritus que responden preguntas, cuyo ejemplo es el famoso «Charlie, Charlie», que está ahora en pleno auge entre los pequeños.

Independientemente de si un miedo aparece de forma repentina, como si es algo que se va incrementando, está muy relacionado también con las características de personalidad de los más pequeños, así como el modo en que afrontan las cosas. Es más probable que un niño introvertido e inseguro gestione de forma más dolorosa los miedos que un niño seguro y aventurero, por ejemplo.

5. ¿Cómo pueden los padres y madres ayudar a sus hijos a superar sus miedos?

Es importante, por un lado, normalizarlos, y, por otro, abordarlos. Los propios padres y madres pueden compartir sus experiencias de miedo que vivieron o sintieron a su edad. De esta forma, el pequeño sentirá que es algo normal, y lo vivirá como algo adaptativo, no como algo traumático que le torna más vulnerable que al resto.

Del mismo modo, es muy positivo buscar estrategias de afrontamiento adecuadas a la edad y al miedo en cuestión. Muchas veces, los adultos solucionamos el miedo a la oscuridad poniendo una pequeña luz; pero es muy interesante preguntar al propio niño qué cree que podría ayudarle. Nuestras soluciones en ocasiones son válidas para nosotros, pero no se ajustan a ellos.

6. Y por el contrario, ¿qué es aconsejable no hacer para evitar que los miedos se prolonguen o intensifiquen?

Esta parte es tan importante o más que la forma de ayudar, pues, en ocasiones, lejos de echarles un cable, se lo ponemos más difícil. Para empezar, ignorar los miedos es negativo. Lo que conseguimos al ignorar los miedos que un niño expresa con el pretexto de que se le pase, es mandarle al niño el mensaje de que eso que le sucede no es importante, y, por tanto, tendrá que apañárselas solo. Esta respuesta por parte de los adultos intensifica los miedos en ellos.

Otro error común es minimizarlos, e, incluso, hacer bromas sobre ello. En esta situación, pese a que nuestra intención sea quitar hierro al asunto, el mensaje que el menor recibirá será que él no es valiente, y que le asustan cosas que a los demás no les asustan. Por extensión, no se sentirá comprendido, y puede generar respuestas de enfado, aislamiento o de un mayor bloqueo.

7. ¿Cuándo nos debemos preocupar y/o consultar con un profesional?

Debemos preocuparnos cuando el niño padece sufrimiento y desde casa no ha sido posible encontrar una solución a la situación, de forma que ésta se cronifica, deteriorando la calidad de vida del pequeño, e irrumpiendo de forma disfuncional en las rutinas familiares. Para ello, hay que estar atentos, pues, si bien hay niños que verbalizan sus emociones, hay otros que muestran dificultades para ello. En estos casos, es importante observar si las rutinas del niño están siendo interferidas por el miedo y están condicionando su día a día; por ejemplo, evitar estar solo, hacerse pis, perder el apetito, mostrarse más irritable y/o sensible…

¡Muchas gracias Goizane por tus respuestas!

 

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