Las emociones son una parte esencial de nuestra vida. Surgen espontáneamente ante diferentes sucesos, pensamientos o imágenes de nuestro alrededor. Seamos niños, jóvenes o adultos, las emociones nos acompañan a diario provocándonos distintos comportamientos, los cuales muchas veces nos generan fuertes tensiones al no saber cómo gestionar lo que estamos vivenciando.

Si imaginamos a una persona adulta que acaba de independizarse de su hogar para emprender una nueva vida junto a su pareja, estaremos de acuerdo en que esta persona estará sintiendo al mismo tiempo emociones positivas (emprender un nuevo capítulo en su camino junto a una persona significativa en su vida) y negativas (dejar el hogar en el que ha crecido y las personas que le han educado). Sin embargo, se trata de una persona adulta, con una serie de esquemas y expectativas ensambladas en su mente, que seguramente le ayuden a gestionar esta situación.

Por el contrario, si trasladamos dicha situación a una persona de menor edad –a un niño o niña –, coincidiremos en que ante un suceso frustrante y con sentimientos encontrados, el menor seguramente no comprenda lo que siente, ni sepa cómo explicarlo a sus padres y todo ello pueda generar comportamientos inadecuados tanto en casa como en la escuela.

Entonces, ¿quién es el responsable de educar emocionalmente a los más pequeños de la casa? Desde el ámbito de la inteligencia emocional la respuesta es clara: son tanto la familia como la escuela (agentes socializadores) los encargados de entrenar y fomentar la gestión emocional.

Como padres, suponemos que el entrenamiento emocional se enmarca dentro del currículum académico, mientras que nadie explica ni informa a padres y madres cómo realizar esta tarea.

A continuación, se proponen una serie de ideas o pautas para trabajar la inteligencia emocional en casa:

  • Antes de nada, como padres y madres es importante reflexionar sobre nuestros propios sentimientos y la manera en que los compartimos en casa. Si no somos capaces de interpretar y expresar esperanzas y temores, ¿cómo esperamos que lo hagan los hijos?
  • Aceptar los sentimientos, tanto cuando sean positivos como negativos, no negarlos.
  • Concienciarnos de la importancia de educar emocionalmente a nuestros hijos para ayudar a que desarrollen la autorregulación emocional, autoestima, tolerancia a la frustración, aceptación de los límites y fracasos, etc.
  • Manifestar de forma abierta las emociones en el comportamiento diario. Elegir un momento del día en el que estamos todos en casa para expresar cómo me siento y hablar sobre lo qué ha pasado para sentirme así.
  • Entrenar la autorregulación emocional de los niños ayudando a encontrar estrategias que regulen su comportamiento, con el objetivo de no “pagarlo en casa” y relajarse antes de contar lo que les está sucediendo. En este sentido, algunas estrategias de autorregulación pueden ser:
  • Relajación
  • Uso adecuado de la respiración
  • Ejercicio físico
  • Distracción
  • Aplazar recompensas
  • Buscar soluciones conjuntas

Nerea Bergara Domínguez

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