Hoy tienes turno de mañana en el hospital y solo pensarlo, te agobias. Te genera angustia porque predices que vivirás situaciones muy dolorosas emocionalmente y también porque seguramente tengas que tomar decisiones difíciles, o peor aún, no tengas ni la posibilidad de decidir nada.

A todas esas emociones se le añade otra que se escribe en mayúsculas. Es esa que te acompaña siempre desde que todo esto empezó: el MIEDO. Y no es un miedo al futuro, porque no tienes tiempo ahora para plantearte lo que sucederá. Es un miedo al presente y bastante justificado, dadas las cifras…:

¿Me contagiaré hoy?

El miedo al contagio. Miedo a enfermar. Miedo a no estar bien protegida…

Aunque la realidad es que el miedo nos acompaña desde que nacemos y es un mecanismo de defensa necesario para sobrevivir (gracias a que tenemos miedo nos protegemos y evitamos ciertos riesgos), lo cierto es que hasta ahora no había oído a tanta gente verbalizar: “Es la primera vez que soy consciente en mi vida de que siento miedo”.

Pero, ¿cómo funciona el miedo?

Si tuviésemos que hablar de la zona del cerebro en donde se encuentra esta emoción, hablaríamos del sistema límbico, y de una manera más concreta, de la amígdala.

La amigada es una pequeña área del cerebro (tiene un tamaño similar al de una almendra), que se encarga de avisar del posible peligro para que otras zonas cerebrales manden la orden de responder (reaccionar). Por ejemplo, gracias a que siento miedo cuando veo un frenazo mientras conduzco, mi cuerpo y sus sentidos se ponen en estado de alerta y responden de una manera más rápida. No es momento para pararse a pensar, simplemente reacciono. Por ello, sin miedo sería imposible sobrevivir.

Entonces, ¿es adecuado sentir miedo?

Depende. Hay miedos racionales y miedos irracionales. En estos momentos, por ejemplo, trabajar en sanidad sin medidas adecuadas de protección es un miedo totalmente racional. Dadas las altas posibilidades de contagio con el coronavirus, es lógico tener miedo si no se está lo suficientemente bien protegido. Incluso con la protección necesaria, vivimos un momento de auténtico desconocimiento e incertidumbre, características fundamentales que nos invitan a sentir miedo.

Gracias a que estamos en alerta, se incrementa la hormona de la adrenalina y aumenta la presión sanguínea, dilatación de pupilas o se acelera la respiración. Todo eso ayuda a que se agudice nuestra atención y podamos responder de manera automática: huyendo o luchando. Además, el miedo racional nos ayuda a aprender y nos hace crecer.

Sin embargo, el problema no es tanto sentir miedo, sino sentirlo de manera sostenida en el tiempo. En ese caso, cuando el miedo toma el control, nos sentimos vulnerables y cualquier cosa que nos pase puede provocar una reacción desproporcionada. Ese estrés crónico acaba afectando a todo el cuerpo. Cuando segregamos durante un tiempo continuado la hormona del estrés (cortisol), y va por todo el torrente sanguíneo, nos enfermamos y debilitamos.

¿Os ha pasado que, tras una época de mucho estrés en el trabajo, te pillas un catarro justo cuando coges las vacaciones? La explicación científica de esto es que las sustancias que se activan en el cuerpo tras situaciones de mucho estrés (prostaglandinas, citoquinas, leucotrienos, etc.), son dañinas para los tejidos: deterioran las células de nuestro cuerpo, incluidas las células del sistema inmunológico.

 ¿Qué pueden hacer las personas trabajadoras para hacer frente al miedo?

 A continuación aparecen cinco orientaciones generales:

  • Escucha al miedo de manera racional. Asegúrate de trabajar con las medidas de seguridad necesarias.
  • Evita toda la sobre-información relativa al coronavirus. En su lugar, centra tu atención en aquella información que realmente te aporta y te ayuda a realizar mejor tu trabajo.
  • Aprovecha los descansos y días libres para desconectar, disfrutando de las pequeñas cosas del día a día (familia, ocio, ejercicio físico, etc.).
  • Pon el foco de tu atención en cosas externas (música, ruido de ambiente, conversaciones con otras personas, actividades de ocio como la cocina, etc.) y trata de no “escanear” posibles síntomas en tu cuerpo de manera constante.
  • Los pensamientos tienen un gran poder sobre tu cuerpo y sobre tu cerebro. En lugar de dominar las ideas negativas (aspecto muy difícil de conseguir), oblígate a pensar en cosas positivas.

 Finalmente, os dejo con una frase de Viktor Frankl que me parece muy acertada para estos tiempos que corren: “Al hombre se le puede arrebatar absolutamente todo, menos la última de sus libertades humanas: la elección de su actitud ante la vida.” Esa libertad que nos permite encontrar un sentido, a pesar de todo.