“Mi hija es muy negativa, dice que todo lo hace mal… No puede. Tiene falta de autoestima, ¿le pueden ayudar?”

La imagen que los niños tienen de si mismos y cómo esta manera de verse les ayuda a encajar o relacionarse con el mundo, es la forma más sencilla de entender lo que es la autoestima. Hay niños que no se sienten capaces, a los que “todo se les hace grande”, que no creen que son dignos de los demás y prefieren aislarse porque en definitiva no sienten que pertenecen al grupo.

Familias preocupadas, piden ayuda entonces porque sus hijos tienen problemas de autoestima y, al ver que esto conlleva un sufrimiento extremo para los niños, hace que sus demandas tengan siempre un carácter de urgencia. En estos momentos nos encantaría tener preparadas unas dosis de autoestima en frascos para poder recetarla a cucharaditas diarias hasta conseguir que aflore lo que vienen buscando. Sin embargo, sabemos que la autoestima se va construyendo más o menos desde el momento en el que los niños aparecen en este mundo. Y no se trata de algo puntual, sino de un proceso interno que hace cada niño influenciado principalmente por sus figuras de referencia, padres y madres, o personas que se encargan de la crianza y educación de los niños. Ellos son los responsables de generar el ambiente adecuado para que los más pequeños desarrollen herramientas, habilidades y actitudes que poco a poco van contribuyendo a fomentar una autoestima saludable. Y desde luego, lo alentador y maravilloso, es que si no se ha hecho a lo largo de la infancia, se puede aprender a hacer, aunque requiera de mucha constancia, perseverancia y confianza.

Veamos cómo las familias pueden colaborar de manera activa en este proceso interno, para que su contribución tenga un valor superior a cualquier herencia millonaria que puedan dejar a sus descendientes. Lo iremos haciendo a medida que aclaramos algunos conceptos que manejamos habitualmente cuando hablamos de autoestima, y romperemos algunos mitos, que justo van en detrimento de la misma. Tengamos presente que hoy en día se sabe mucho más de educación, se hace investigación sobre la autoestima y se trabaja de una forma muy diferente a cómo se hacía hace pocos años.

  1. ELOGIOS y ALABANZAS vs ALIENTO y MOTIVACIÓN

Nos han dicho durante años que había que elogiar a los hijos, y hoy sabemos que con alabanzas solo conseguimos que se conviertan en esclavos de nuestras valoraciones, evitando que desarrollen sus propios criterios para regular sus actuaciones: “¿Esto estará bien? ¿Estará mal? A ver qué dicen los mayores…”.

Solo si les ayudamos a pensar por si mismos, serán conscientes de sus capacidades y de su puesta en marcha para las tareas a las que se enfrentan cada día.

Y nos preguntaremos…. Si no elogiamos a nuestros hijos, qué hacemos y cómo lo hacemos. Se trata de DAR ALIENTO, de motivar. La manera de alentar a los niños es fijarnos más en las acciones que en ellos mismos, es decir, en vez de: “eres un campeón”, “eres el mejor”, “eso es, igual que un súper héroe”, utilizaremos frases del tipo: “se nota que te has esforzado”, “parece que este dibujo te ha tenido que llevar mucho tiempo, ¿ha sido así?”, “¿de dónde has sacado tanto ánimo para escribir esta redacción?” Hacerles preguntas, darles tiempo para responderlas, preguntarles a ellos por el proceso de las cosas, que sean ellos los que relacionan los resultados con los procesos de esfuerzo, constancia y dedicación.

Siempre hemos oído “es que necesita que le valoren…” y sí, claro que necesitamos valorarles, pero el valor se otorga fomentando la motivación interna, ayudándoles a pensar, a tomar decisiones y a sentirse ellos mismos orgullosos de lo que hacen. Las alabanzas nos salen solas, pero no ayudan a desarrollar en el niño su autoestima, porque no favorecen ningún proceso interno de conciencia propia, simplemente les informamos de que eso que han hecho, nos gusta o no. Y no pasa nada porque alabemos alguna vez, pero tenemos que entender que si queremos fomentar la autoestima, no lo vamos a lograr a base de alabanzas. Solemos decir que las alabanzas son como los dulces, uno de vez en cuando no nos hace daño, pero si queremos tener una alimentación equilibrada, los dulces no son la base de la dieta.

Cuando ALENTAMOS, contribuimos a que su parte superior del cerebro vaya tomando forma y los niños sean cada vez más capaces de valorarse, valorar a los demás y desarrollar aspectos tan interesantes como la EMPATÍA, aprendiendo a comprenderse a si mismos y a los demás, más que a juzgarles.

Pensemos una cosa… Si un niño se siente mal por algo que ha hecho, o está triste o frustrado, no podríamos alabarle, necesitamos echar mano de alguna otra herramienta. No podríamos decirle: “eso no es importante”, o “déjalo pasar”. En este caso justamente podríamos solo alentarle, porque es lo que necesita para seguir adelante: “¿no te ha salido como esperabas?, ¿qué puedes hacer la próxima vez?”, “¿en qué te podemos ayudar?” “¿de qué manera crees que lo podrías resolver si te vuelve a pasar?”, etc.

  1. La SOBREPROTECCIÓN…

Es otro de los pilares que tienen que caer si pensamos en autoestima. La Disciplina Positiva nos ha enseñado que dos instintos básicos que todos tenemos desde pequeños, son la PERTENENCIA y la SIGNIFICANCIA. La pertenencia se refiere a la necesidad que tenemos todos de sentirnos parte del grupo. Y la significancia se refiere a la imperiosa necesidad de que se nos reconozca que lo que hacemos es útil para el grupo. Teniendo esto en cuenta, si hacemos por los niños lo que pueden hacer ellos por sí mismos, es decir, si les sobreprotegemos; ¿podremos desarrollar en ellos estos dos básicos? Es impensable que un niño pueda tener una autoestima saludable, cuando se hacen las cosas por él. Puede que haya momentos en la vida del pequeño, en los que no seamos conscientes de las repercusiones que esto conlleva, pero los niños crecen, y de repente son adolescentes que no se sienten capaces, que se sienten incompetentes, fuera del grupo. Y ¿qué pueden hacer cuando no se ven competentes? Pues se pueden quedar fuera y sufrir mucho, o se pueden juntar con otros grupos, en dónde sí se ven competentes, lo que ya nos imaginamos el peligro que acarrea.

  1. Dales a tus hijos la oportunidad de APRENDER DE SUS ERRORES en vez de hacer comentarios despectivos cuando los cometen.

Tenemos que tener presente que las etiquetas que a veces tienen los niños son las que les ponemos los adultos. Ellos simplemente responden a lo que oyen y a lo que ven. Si comparamos, hacemos comentarios que duelen, ponemos adjetivos impulsivos que salen rebotados de nuestra boca como si fueran dardos venenosos, nos podemos olvidar de estar fomentando una autoestima saludable.

Una sola vez que un compañero, o nuestro jefe, nos lance un dardo de estas características, servirá para que consciente o inconscientemente nuestro comportamiento cambie, y no suele hacerlo a mejor. Pues pensemos en lo que supone para un niño, y desde luego si viene de sus padres, todavía el daño es mayor; aquí la confianza no juega a nuestro favor.

Así que nos aseguraremos como familias de recoger los errores, para poderles seguir enseñando habilidades, y mostrarles la forma de hacerlo mejor en el momento que tengamos la oportunidad (cuando el niño esté tranquilo y pueda contribuir con la escucha y sus aportaciones).

  1. Hemos aprendido a dejarles que puedan EXPRESAR CÓMO SE SIENTEN.

Nos demuestra la Neurociencia que validar emocionalmente contribuye al correcto desarrollo psíquico y cerebral, generando nuevos circuitos neuronales que van a favorecer el que el niño se enfrente poco a poco a situaciones cada vez más complejas. Así que vamos a dejarles que se expresen emocionalmente, validándoles en vez de “rescatándoles” o solucionando sus problemas. Tenemos que evitar pasar por encima de sus emociones con frases del tipo: “tranquilo, que no es para tanto, no te lleves mal rato, ya te lo hago yo”, para hacer comentarios como: “te veo disgustado, ¿de qué manera lo podrías hacer para que fuera más fácil?, “estás frustrado, ¿necesitas ayuda?”

  1. Cuando hay más de un hijo en la familia, primos o amigos con los que se tiene mucho trato, mucho cuidado con las comparaciones y con este impulso que llevamos dentro y que tan fácilmente nos hace POSICIONARNOS.

Es lógico que los padres presencien discusiones donde identifican a un “inocente” y a un “culpable”, pero debemos saber que las peleas de sus hijos no van por ahí. Realmente por lo que “pelean” es por conseguir la aprobación de las personas adultas; es ahí donde uno se marca un tanto a favor y el otro en contra. Además, cuando las familias resuelven sus conflictos y se posicionan, les restan confianza para que ellos puedan solucionar sus propios problemas.

Entonces, les separaremos sin posicionarnos, sin corren el riesgo de hacerse daño, dándoles “el poder” para gestionar sus propias discusiones: “confío en que vais a ser capaces de resolverlo”, “cuando estéis preparados para poder poneros de acuerdo, os saco el juego”, “me aviséis cuando os hayáis arreglado para poder seguir con lo que estabais haciendo”, “si queréis podéis venir a discutir a la cocina, así puedo veros”, etc.

¡No es poco lo que pueden hacer las familias para fomentar la autoestima de sus hijos desde el momento en que los tienen en sus brazos y a lo largo de toda la vida! Se trata de un proceso que no acaba nunca, pero ser conscientes de cómo hacerlo ayudará a sentar las bases sólidas para que en las diferentes etapas de la vida haya otros protagonistas (como amigos, profesores y parejas), que sigan contribuyendo en este importante proceso.

¡No olvidemos como personas adultas revisar nuestra propia autoestima!